tag:blogger.com,1999:blog-5377998245684116962024-03-08T14:05:23.527+01:00Más de cien razonesVíctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.comBlogger43125tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-62438372081140385482013-07-30T07:10:00.002+02:002013-07-30T07:10:41.573+02:00Maestros en el caleidoscopioEl Museo Pedagógico de Aragón ha editado un libro en el que se recogen las entradas de este blog: «Maestros en el caleidoscopio». El libro puede descargarse gratuitamente en la página de la colección «<a href="http://www.museopedagogicodearagon.com/publicaciondigital.php?id=9">Publicaciones Digitales del Museo Pedagógico de Aragón</a>»Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-19821331060439213402012-04-02T15:22:00.001+02:002012-04-02T15:38:30.815+02:00Querer ser, por Sandra López AbósSiempre he pensado que, para lograr algo, hay que desearlo muy muy fuerte y conseguirás que se cumpla. Cuando te paras a reflexionar sobre por qué quieres lo que quieres, tienes que encontrarle un valor. Y hay situaciones y profesiones que tienen un valor incalculable. Ese es mi caso. <br />¿Que por qué elegí estudiar magisterio? Muy simple. De pequeña quería trabajar en algún oficio típico que dicen todas las niñas cuando son pequeñas, entre ellos estaban: veterinaria, por la simple razón de que me gustan los animales; cantante o famosa, porque siempre que veía la tele parecían personas muy importantes; y profesora. <br />Y, créeme, una de las mejores decisiones que he tomado en toda mi vida ha sido desear con todas mis fuerzas convertirme en maestra, aunque para ello haya tenido que irme a otra ciudad para intentar conseguirlo.<br />No voy a decir el mismo motivo que pueden pensar muchos para elegir esta carrera, el típico: “Es que me gustan los niños”, no. Ser maestro debe interesarte por muchísimas razones más. Seguro que si vuelves a tu infancia recuerdas a tu profesor de párvulos, ese hombre o mujer que trataba genial a toda la clase y te ayudó mucho a la hora de formarte, como también recordarás ese docente que te hizo pasar un año terrible con sus exámenes o porque pensabas que te tenía manía. Pues bien, todos sabemos que esforzarte día a día para intentar conseguir que una clase de pequeños diablillos se porte bien es muy difícil y estresante. Pero, ponte a pensar: ¿No te gustaría que las personas pudieran recordarte como aquél profesor al que le tienen mucho cariño porque les ayudó cuando eran pequeños? o ¿No serías feliz si ves que has ayudado a la formación de muchísimas personas? Yo sí. <br />Puede haber situaciones que se te vengan encima y te hagan replantearte si realmente estás hecho para enseñar, pero piensa que siempre que ves algo muy gris, puedes encontrar esa chispa de color que haga que sigas adelante. Un abrazo, unas palabras de “Profe, qué guapa estás hoy”, un beso o incluso una sonrisa de un niño deben servirte para hacerte sonreír y pensar: “Cómo me gusta ser maestra”.<br />La parte negativa de elegir una formación específica con tantas ganas como lo he hecho yo, es ver personas que se han metido en la misma carrera porque no consiguieron una plaza en la que querían de verdad. Eso te lleva a pensar muchas cosas, pero imagino que, como he dicho antes, si tengo la ilusión de poder ejercer algún día esta profesión, lo conseguiré. Y el día que lo consiga puedo asegurar que seré una de las personas más felices del mundo. Porque sí, porque yo deseo ser maestra. Y tú, ¿qué quieres ser?Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-22594372978027392652011-06-12T08:48:00.002+02:002011-06-12T08:51:56.033+02:00Qué es la escuela para mí, por cuatro niños de AnsóOs presentamos qué significa la escuela para cuatro niños de Ansó:<br /><br />La escuela para mí son recuerdos. Algunos de ellos son: el primer día de escuela fui con la parte baja del pijama porque mi padre veía el pantalón y se pensó que era la ropa. También me daba miedo José, mi profesor, cuando me cogía. No me gustaba que me cogiera. A lo mejor era porque llevaba cresta (<span style="font-weight:bold;">Fdo. Anónimo</span>)<br /><br />Cuatro maestros van sin rumbo, pero hay uno que no se corta el pelo, y otro que hace un malgasto de dinero, pero uno que da francés y otro que da inglés, tenemos un cacao en la escuela que no veas, en los recreos ni te cuento...hay una mezcla....allí no hay quien juegue al fútbol. Bueno, está es mi escuela (<span style="font-weight:bold;">Fdo. Sinónimo</span>)<br /><br />Para mí la escuela son muchas cosas, pero lo que más me gusta son los buenos momentos que paso con mis amigos. Por ejemplo, en el recreo porque nos lo pasamos muy bien. Yo llevo unos pocos años en la escuela y en estos años he aprendido muchas cosas y he tenido muchos profesores distintos. Con cada uno he aprendido muchas cosas distintas como a ser buena persona y responsable, pero sobre todo a pasármelo bien con mis amogos. Para mí la escuela es diversión, aprendizaje y mucho más (<span style="font-weight:bold;">Fdo. Pinzón</span>)<br /><br />Si tú a un alumno le preguntas qué le parece la escuela, lo más seguro es que te consteste: un rollo (por no decir otra cosa peor). Pero si tú le dices: piensa un rato y dime: ¿preferirías no haber ido a la escuela? Después de pensar un rato lo más probable es que te diga que no. Porque yo no he conocido a nadie que prefiera no saber leer, escribir, sumar...el problema es que sólo nos fijamos en lo malo, decimos que la escuela es muy aburrida, que nos dan muchos deberes, que no te deja tiempo para jugar y estar en la calle. Pero si nos paramos a pensar nos daremos cuenta de que sin la escuela no podríamos hacer nada. El ejemplo más común es el del trabajo : imaginaros que yo tengo un apanaderíay una persona me compra pan. ¿Cómo sé cuánto tiene que pagarme? O si soy el cliente ¿cómo sé si le estoy dando el dinero necesario? Pero no sólo con el dinero, también con muchas otras cosas. Por ejemplo, un día yo quiero ir a Jaca, pero como no sé leer el cartel de la carretera pues me voy para Berdún, y al final acabo en Pamplona.<br /><br />Esto os lo cuento para que os deis cuentade que la escuela es importante en la vida de todos. Y lo de que nos quita mucho tiempo, realmente yo creo que uno no necesita tanto tiempo, al final acabaríamos aburriéndonos. Y lo de que es aburrida... ¿acaso estar rodeado de niños es aburrido? Porque ¿a qué la mayoría de vuestros amigos los conocéis en la escuela? No digo que a todos pero ¿a que muchos sí? Además e la escuela no sólo conoces gente de tu pueblo o ciudad, sino que también conoces gente de otros colegios, pueblos, ciudades e incluso gente de otros países.<br /><br />Yo no digo que estar todo el día sentado haciendo un ejercicio detrás de otro no sea aburrido, pero es que en la escuela no se está todo el sía sentado haciendo ejercicios. Yo no conozco muchos colegios, pero en todos los que conozco se hacen un montón de actividades divertidas. Y también se está sentado, lo reconozco, pero no haciendo un ejercicio detrás de otro como dicen algunos sino aprendiendo un montón de cosas superinteresantes y que nos pueden ser de mucha ayuda en el futuro.<br /><br />Así que espero que después de todo este rollo que os he soltado os lo penséis dos veces antes de contestar si alguien os pregunta: ¿qué te parece la escuela? (<span style="font-weight:bold;">Fdo. Una persona que la echará mucho de menos</span>)Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-45589836304591603452011-05-03T17:48:00.006+02:002011-05-03T18:06:05.043+02:00"Más de cien razones" en Tardes de BlogEl próximo martes, 10 de mayo, Víctor Juan, Director del Museo Pedagógico de Aragón participará en una sesión de Tardes de Blog<br /><iframe width="450" height="286" src="http://www.youtube.com/embed/vpCmka9Svxg?rel=0" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br /><br /><span style="font-weight:bold;">XXII edición de Tardes de Blog</span><br /><span style="font-weight:bold;"><br />Víctor Juan</span>,<br />Director del Museo Pedagógico de Aragón<br />puso en marcha el blog<br />“<span style="font-weight:bold;">Más de cien razones</span>”<br /><br />Una puerta abierta para profesores y alumnos. Los primeros que nos cuentan porque quieren ser maestros, y los segundos bucean en sus recuerdos escolares.<br />Una buena excusa para hablar de la escuela, su historia y evolución.<br /><br />Martes 10 de mayo a las 19:30 horas.<br />El Pequeño Teatro de los Libros<br />C/Silvestre Pérez 21<br />Las Fuentes<br />Zaragoza<br /><br />Autobuses: 22, 24, 30, 44, Ci1 y Ci2<br />Parada Bizi: 36Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-2412624262281009422011-01-26T23:05:00.002+01:002011-01-26T23:07:22.839+01:00Yo, maestro rural, por José María Martínez MartíTras varios años deambulando entre olivos, melocotoneros, pinos y sabinas, me adentré en las tierras del Altiplano cuando llegaron los dinosaurios.<br />Corría el curso 1993 y se quedaban dos réplicas de Iguanodón y Aragosaurus para apacentar plácidamente entre los chopos cabeceros y el río Alfambra en el pueblo de Galve. Ese fue el mismo año en que mi destino empezaba a formar parte de donde hoy continúo y soy, del CRA Teruel 1.<br />Me gusta trabajar aquí. Tal vez porque soy un gran amante de lo natural. Es difícil dar forma a los sentimientos, recuerdos y vivencias. Eso se lleva dentro inundando el alma y el ser por completo. Ser maestro rural es una esencia que te impregna o evapora conforme pasan los años.<br />A mí me sedujo el perfume de las parameras y los trigales. Las majadas fondeando en cielos azules, la alondra que viene todas las primaveras y el paso de las grullas en noviembre hacia la laguna de Gallocanta. He visto casi todos los colores cambiar y pintarse en los campos al ritmo de multitud de sinfonías ofrecidas por jilgueros y verdecillos.<br />Satisfecho de pertenecer a una gran familia. Una familia de vínculos profesionales y afectivos muy fuertes. Porque somos comunidad educativa. Alcaldes siempre dispuestos a ofrecer sus servicios, padres colaboradores hasta la saciedad, alumnos con ganas de crecer, compañeros afables y demás vecinos en general atentos y cordiales.<br />Aquí cuando se estrecha la mano es para siempre. El saludo es verdadero y la conversación espontánea.<br />Algo funcionará bien cuando antiguos alumnos nos siguen saludando y acercándose a nosotros después de tantos años. Se ha tejido una maraña de relaciones en nuestra escuela que han forjado grandes amistades los hombres y mujeres que ayer fueron niños y niñas.<br />Aquí todo transcurre con más calma y humanidad. La cercanía es nuestra gran aliada. Somos actores de teatro que sentimos muy de cerca los aplausos y silbidos. Es un escenario real.<br />La escuela rural es grande, muy pedagógica y científica. Lo aseguro con rotundidad y sin complejos. Demostrado desde hace años. Nuestras escuelas de pueblo han servido de laboratorio a veces para implantar programas educativos y planes que luego han tenido una trascendencia en los aprendizajes muy positiva.<br />Aquí se aprende de verdad. Pero sobre todo, se aprende a ser persona. Ser de provecho para el mañana cercano.<br />Y claro que se forjan los primeros cimientos para nuevos aprendizajes. Y<br />claro que muchos terminan carreras universitarias. Y claro que otros han <br />preferido dedicarse a ser hoy fabulosos agricultores, albañiles, granjeros o conductores.<br />Pero todos tienen algo en común: están unidos por un único cordón umbilical, la pertenencia a una tierra, a un espacio común que los ha protegido y los sigue cobijando desde siempre y para siempre.<br />Mi emoción sólo me hace navegar con velas pintadas de sentimientos. Porque aquí he hecho muy buenos amigos. Mis abuelos fueron maestros rurales. Mi padre también. Y ahora recojo yo el testigo de la vocación rural. Contratiempos, pues también los hay. Pero el fin último es el reconocimiento de los niños y niñas. Esas sonrisas mañaneras que te ofrecen, los abrazos y complicidades.<br />Yo, maestro rural. Yo, me quedo aquí.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-38985232467285164632010-12-22T17:11:00.005+01:002010-12-26T07:38:23.624+01:00Me hice maestra, por Blanca GasparNací en Huesca y pasé toda mi infancia y adolescencia en Barbastro. Provengo de una familia de obreros y tengo un hermano menor.<br />En el momento de iniciar la escuela mis padres decidieron, no sin apuros, escolarizarnos a mi hermano en los escolapios y a mí en las monjas. Pensaron que una enseñanza privada sería lo mejor.<br />Por aquellos años me tocó vivir una escuela, sin sentido, donde todo se aprendía de memoria, se entendiera o no, convirtiéndonos en recitadores, con una memoria visual ejemplar.<br />Aún recuerdo una lección de historia que decía así:<br />«Cartago vencida pero no aniquilada se preparó para el desquite con tal objeto el general cartaginés Amílcar Barca…». <br />No he borrado de mi memoria ni éste ni otros tantos fragmentos similares. Como se puede suponer no tenía ni idea del significado de «aniquilada» ni de «desquite» ni sabía dónde estaba Cartago ni por supuesto lo relacionaba con un general que era cartaginés. <br />Recuerdo una escuela que reprimía los sentimientos. Recuerdo los castigos, que eran muchos y variados. También recuerdo a Sor Josefa, una hermana cercana que me escuchaba y era amable con nosotras.<br /><br />Ante la negativa de continuar en el colegio, pasé al instituto. Descubrí un mundo diferente… ¡había chicos! Los profesores eran más cercanos, no había tanta memorieta pero sí miedo. Algunos profesores nos tenían aguantando la respiración porque su sola presencia nos imponía muchísimo. <br /><br />Llegó la hora de estudiar una carrera. Me apasionaban las matemáticas pero teniendo en cuenta que mi hermano venía detrás, supuse que una carrera más corta, magisterio, me permitiría trabajar y desahogar un poco la economía familiar. En un futuro haría matemáticas.<br />A pesar de que no tenía vocación de maestra empecé magisterio en Huesca. Intenté hacerlo bien y al llegar a tercero debíamos hacer las prácticas. ¡Me encantaron! Ese contacto con los niños, esas personitas que te escuchaban como si fueras una persona importante, que te explicaban sus secretos, que querían saber de tu vida, que derrochaban cariño…. ¡Me enganché! Fueron unas prácticas muy disfrutadas y cada día me sentía más entusiasmada.<br />Olvidé las matemáticas y decidí dedicarme al magisterio. Quería comprobar si aquella primera ilusión no se disipaba.<br />Al salir de la escuela de magisterio no tenía muy claro qué hacer, cómo orientar mis clases pero tenía muy, muy claro lo que jamás haría.<br /><br />Así empezó mi andadura laboral por la provincia de Huesca. Mi primer destino fue Albelda, durante un trimestre, en una escuela rural con cursos compartidos.No fue fácil preparar tareas para edades diferentes.<br />El resto del curso trabajé en un colegio de Monzón. Me tocó infantil y tenía que enfrentarme al aprendizaje de la lectura y escritura. Me dieron instrucciones de la metodología que seguían; yo debía limitarme a continuarla.<br />Recuerdo al pobre Fidel, con sus pelos pinchos, sus ojillos inocentes y lo mal que lo pasaba cuando oía su nombre y debía venir a leer con su cartilla. No lo podía evitar y acto seguido se le escapaba el pipí y se ponía a llorar desconsoladamente.<br />Yo no tenía en mis manos la solución pero sabía que algo no iba bien.<br /><br />El siguiente curso me tocó la escuela hogar de Benabarre. No me dedicaba a la enseñanza sino al monitorage. Me fue bien convivir con alumnos de diferentes edades porque aprendí mucho de sus inquietudes y necesidades.<br /><br />El tercer y cuarto año mi destino fue Torrente de Cinca, un pueblecito al lado de Fraga. Me encontré con una escuela rural de 5 maestros. Era la primera vez que no iba a hacer una sustitución.<br />Me tocó infantil 4-5 años. Me moví y busqué el material más novedoso. Estaba muy ilusionada pero a la vez expectante.<br />Compartí escuela con Sebastián Gertrúdix,que se encargaba de los más mayores. En su clase hacían cosas diferentes, no llevaban libros de texto, todo lo confeccionaban ellos, hablaban de asambleas… Se les veía entusiasmados y yo no había visto nada parecido.<br />Recuerdo que cuando salían mis pequeños, tenía la necesidad de ir a su clase. Me mezclaba entre ellos y observaba todo lo que habían hecho. Poco a poco me convertí en una alumna más. <br />Sebastián me habló de su experiencia y de cómo él enfocaba los diferentes aprendizajes. Él me introdujo en las técnicas Freinet y me explicó cómo abordar, de una forma diferente, el aprendizaje de la lectura y escritura.<br />La idea me apasionó y después del primer trimestre hice una reunión con los padres para comunicarles mi decisión del cambiar de metodología.<br />No fue fácil pero siempre me sentí guiada y orientada por Sebastián. Fue mi verdadero maestro y a él le debo el descubrimiento de un nuevo fundamento de la enseñanza. Fue así como levanté los cimientos de mi futuro profesional. <br />No tardé en comprobar que estaba en el camino correcto. Esto sí me gustaba… ¡Me <br />apasionaba! y deseaba entrar, cada nuevo día, en clase para seguir experimentando con mis alumnos esa nueva manera de trabajar. Pude comprobar, con gran satisfacción, como los niños aprendían a leer de una forma natural, sin agobios , sin cartillas, sin traumas, cada uno a su ritmo, en un ambiente distendido y muy, muy motivador.<br />Fueron dos años muy intensos, de aprendizaje «a pie de obra» y de ir descubriendo con mis pequeños lo maravilloso del aprendizaje compartido.<br />Participaba en sesiones de trabajo con otros compañeros de la zona que entendían de igual modo la enseñanza. Fue muy gratificante poder compartir e intercambiar experiencias.<br />Tras esta experiencia, que marcó mi vida profesional, pedí traslado a Barcelona. Mi nuevo destino fue Castelldefels. En el colegio Margalló encontré compañeros que aplicaban las técnicas Freinet. Juntos hemos recorrido un largo camino y hemos luchado por la renovación pedagógica.<br />Me considero una maestra vocacional. No nací para ser maestra pero me hice maestra y me siento afortunada por tener un trabajo que me apasiona. El magisterio me llena a nivel profesional y personal y me ayuda a ser mejor persona.<br />El momento de entrar en clase y compartir con mis alumnos todas sus vivencias, es mágico. Me siento querida, respetada, admirada de la misma forma que yo mimo, respeto y admiro a mis alumnos. Siempre aprendo algo nuevo, siempre hay algo que compartir…lo importante es hacer el camino juntos.<br />Los alumnos son incondicionales y no hay secretos. Es fundamental escucharlos a ellos y a sus familias para entablar un clima de amistad y cooperación. <br />Corren tiempos difíciles para la escuela pública pero siempre he mantenido viva la ilusión y cuando hago balance de mi vida profesional compruebo que no me siento identificada con los maestros que tuve. Intento ser diferente, como Sor Josefa y tengo muy presente lo importante que somos para ellos, para lo bueno y para lo malo. Nuestra huella permanecerá en ellos.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-36684612800063542112010-09-06T23:30:00.003+02:002010-09-06T23:32:12.751+02:00¡Quiero ser maestra !, por Sacra Rodríguez SuárezRecuerdo que de pequeña me preguntaban qué quería ser de mayor, y siempre respondía ¡Yo maestra!<br />Así, desde mi infancia quedé fascinada y atrapada por esta profesión donde el dar y el recibir, ofrecer y presentar, enseñar y aprender, comunicar y transmitir, crecer y progresar, crear y elaborar, escuchar y dar la palabra, acompañar y guiar… se dan en partes iguales, y donde se está continuamente en evolución, enriquecimiento y crecimiento personal si realmente te gusta y disfrutas ejerciéndola.<br /> Jugaba a las maestras y las imitaba en sus gestos y acciones.<br /> Recuerdo también que en Reyes, siempre mis padres, aparte de juguetes nos regalaban algo para el Cole, y yo me sentía feliz con una simple caja de lápices “Alpinos”.<br /> Cuando explicaban mis maestros-as algún tema, siempre me quedaba absorta, porque sentía que esa comunicación, esa complicidad, ese diálogo, esa acción pedagógica eran irrepetibles y casi mágica.<br /> En todas mis etapas escolares, nunca tuve la figura de un maestro-a que me marcara o dejara huella. Todos-as se basaban en realizar una escuela donde la pizarra, la silla, la mesa y el libro de texto eran el denominador común y donde la rutina, la repetición, los exámenes, las redacciones, el salir a decir la lección o preguntarla oralmente, los problemas matemáticos sin sentidos, las calificaciones PA y NM eran los elementos motivadores y esta tediosa cadena se rompía con la realización de alguna excursión o la fiesta Fin de Curso, a pesar de todo, les cogí aprecio y cariño a algunas maestras-os (sobre todo en Primaria) y forman parte de mi memoria sentimental.<br /> Al decidir carrera, elegí Magisterio con convencimiento (aunque por la nota de selectividad tenía otras posibilidades). Aprobé las oposiciones (nunca fui interina) y me vi por primera vez sola en un aula y con un grupo de niños-as, no sentía “miedo escénico”, sabía que aprenderíamos juntos, estaba feliz (a pesar de que ni el centro ni el pueblo eran los mejores) y lo viví con responsabilidad y alegría.<br /> Ahora en mi trabajo, si tengo a maestros-as como modelos: Mª Carmen Díez, Isabel Agüera, Mariano Coronas, Cristóbal Gómez, Sebastián Gertrúdix, Blanca Gaspar, Pilar Fontevedra, Elisa Vián, Rosa Serdio, Carmen Valderrey… en ellos-as me reflejo, aprendo, intercambio, dialogo, me identifico y sobre todo los admiro, muchos son amigos-as personales ¡el magisterio da estos lujos!<br /> Son maestros-as “a pie de obra”, como dice uno de ellos, que entiende su oficio como mucho más que una forma de ganarse la vida y que van a trabajar en vez de ir al trabajo.<br /> En mi segundo año como maestra, un compañero me dijo: “Ahora tienes esta ilusión y vitalidad porque llevas poco años, cuando lleves los que yo, todo habrá desaparecido, porque es una profesión que quema mucho”. Hasta hoy, siento y tengo la misma ilusión al empezar cada curso e ir cada día a la escuela (aunque el camino andando no ha sido fácil) es una profesión en la que creo y sigo creyendo, porque despiertas las ganas de aprender, la fuerza interior para desarrollar un proyecto, cuando la familia colabora y participa,cuando fluye el entusiasmo por un tema, y sobre todo cuando te conviertes en su guía y acompañante para superar sus dificultades, saliendo ellos-as de sí mismos para aprender del mundo y la vida, y como dice Isabel Agüera “El verdadero maestro es el que sabe que también es alumno”. Pero no me gusta, la burocracia que asfixia a la escuela, las excesivas reuniones porque sí, el reciclaje unido a incentivos económicos, la incomprensión y las competencias internas, el realizar actividades por inercia, y que la figura del maestro-a no esté valorada…<br /> En este curso, mi alumna Alejandra Sánchez Moreno, al enseñarme su trabajo terminado, se acerca a mí, y poniendo su mano sobre mi brazo, me dice :” sabes, yo quiero ser maestra como tú”… no sé si esto se cumplirá, pero me gustaría que si la eliges como profesión (poniendo las mismas ganas que cuando me lo dijiste) seguro que no te arrepentirás, y a mí sinceramente, me gustaría verlo, porque ser Maestra, no lo olvides Alejandra, es algo grande.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-26550603964997274102010-09-06T23:30:00.000+02:002012-05-01T00:43:16.659+02:00¡Quiero ser maestra !, por Sacra Rodríguez SuárexQUIERO SER MAESTRA!SACRA RODRÍGUEZ SUÁREZ (Maestra)Recuerdo que de pequeña me preguntaban qué quería ser de mayor, y siempre respondía ¡Yo maestra!<br />Así, desde mi infancia quedé fascinada y atrapada por esta profesión donde el dar y el recibir, ofrecer y presentar, enseñar y aprender, comunicar y transmitir, crecer y progresar, crear y elaborar, escuchar y dar la palabra, acompañar y guiar… se dan en partes iguales, y donde se está continuamente en evolución, enriquecimiento y crecimiento personal si realmente te gusta y disfrutas ejerciéndola.<br /> Jugaba a las maestras y las imitaba en sus gestos y acciones.<br /> Recuerdo también que en Reyes, siempre mis padres, aparte de juguetes nos regalaban algo para el Cole, y yo me sentía feliz con una simple caja de lápices “Alpinos”.<br /> Cuando explicaban mis maestros-as algún tema, siempre me quedaba absorta, porque sentía que esa comunicación, esa complicidad, ese diálogo, esa acción pedagógica eran irrepetibles y casi mágica.<br /> En todas mis etapas escolares, nunca tuve la figura de un maestro-a que me marcara o dejara huella. Todos-as se basaban en realizar una escuela donde la pizarra, la silla, la mesa y el libro de texto eran el denominador común y donde la rutina, la repetición, los exámenes, las redacciones, el salir a decir la lección o preguntarla oralmente, los problemas matemáticos sin sentidos, las calificaciones PA y NM eran los elementos motivadores y esta tediosa cadena se rompía con la realización de alguna excursión o la fiesta Fin de Curso, a pesar de todo, les cogí aprecio y cariño a algunas maestras-os (sobre todo en Primaria) y forman parte de mi memoria sentimental.<br /> Al decidir carrera, elegí Magisterio con convencimiento (aunque por la nota de selectividad tenía otras posibilidades). Aprobé las oposiciones (nunca fui interina) y me vi por primera vez sola en un aula y con un grupo de niños-as, no sentía “miedo escénico”, sabía que aprenderíamos juntos, estaba feliz (a pesar de que ni el centro ni el pueblo eran los mejores) y lo viví con responsabilidad y alegría.<br /> Ahora en mi trabajo, si tengo a maestros-as como modelos: Mª Carmen Díez, Isabel Agüera, Mariano Coronas, Cristóbal Gómez, Sebastián Gertrúdix, Blanca Gaspar, Pilar Fontevedra, Elisa Vián, Rosa Serdio, Carmen Valderrey… en ellos-as me reflejo, aprendo, intercambio, dialogo, me identifico y sobre todo los admiro, muchos son amigos-as personales ¡el magisterio da estos lujos!<br /> Son maestros-as “a pie de obra”, como dice uno de ellos, que entiende su oficio como mucho más que una forma de ganarse la vida y que van a trabajar en vez de ir al trabajo.<br /> En mi segundo año como maestra, un compañero me dijo: “Ahora tienes esta ilusión y vitalidad porque llevas poco años, cuando lleves los que yo, todo habrá desaparecido, porque es una profesión que quema mucho”. Hasta hoy, siento y tengo la misma ilusión al empezar cada curso e ir cada día a la escuela (aunque el camino andando no ha sido fácil) es una profesión en la que creo y sigo creyendo, porque despiertas las ganas de aprender, la fuerza interior para desarrollar un proyecto, cuando la familia colabora y participa,cuando fluye el entusiasmo por un tema, y sobre todo cuando te conviertes en su guía y acompañante para superar sus dificultades, saliendo ellos-as de sí mismos para aprender del mundo y la vida, y como dice Isabel Agüera “El verdadero maestro es el que sabe que también es alumno”. Pero no me gusta, la burocracia que asfixia a la escuela, las excesivas reuniones porque sí, el reciclaje unido a incentivos económicos, la incomprensión y las competencias internas, el realizar actividades por inercia, y que la figura del maestro-a no esté valorada…<br /> En este curso, mi alumna Alejandra Sánchez Moreno, al enseñarme su trabajo terminado, se acerca a mí, y poniendo su mano sobre mi brazo, me dice :” sabes, yo quiero ser maestra como tú”… no sé si esto se cumplirá, pero me gustaría que si la eliges como profesión (poniendo las mismas ganas que cuando me lo dijiste) seguro que no te arrepentirás, y a mí sinceramente, me gustaría verlo, porque ser Maestra, no lo olvides Alejandra, es algo grande.<br />Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-56003842773334077452010-08-04T16:08:00.001+02:002010-08-04T16:16:51.191+02:00Un oficio privilegiado, por Mariano Coronas CabreroYo creo que las vivencias significativas en las que participamos a lo largo de la vida forman un sustrato fértil sobre el que nos vamos edificando. Y las de la infancia, es posible que tengan un especial e importante peso específico.<br />Cuando yo era pequeño, en las reuniones familiares espontáneas, en la cocina con cadieras de mi casa, se hablaba frecuentemente de maestros y maestras. Era razonable, ya que para quienes habían sido niños o niñas en las décadas de los veinte y los treinta, era hablar de personas instruidas, que gozaban de reconocimiento en los pueblos donde trabajaban, y que realizaban una labor generalmente muy reconocida: enseñaban a leer, a escribir y algunas nociones generales de otras disciplinas: geografía, historia… Lo necesario, en definitiva, para salir del estado de analfabetismo en el que se encontraba buena parte de la población del país. En términos generales, se hablaba de maestros y maestras con respeto y admiración, reconociendo esa labor, dura y difícil, de alfabetizadores de la sociedad.<br />Mi madre, natural de Escanilla, nombraba a Doña Milagros. Una maestra de buen trato con el alumnado y con una letra realmente exquisita. Ella fue la maestra única del pueblo por un tiempo superior a los veinte años. Mi padre, natural de Labuerda, recordaba a Don Ramón, el único maestro que conoció y nos contaba, como curiosidad, que había tenido cinco hijos y “los cinco se había hecho maestros”. El citado D. Ramón era un hombre estricto y los hacía estudiar con horarios definidos. En ocasiones, para evitar que se distrajesen, los acompañaba a una covacha natural que hay (hoy escondida por la maleza) a las afueras del pueblo y que acabó llamándose “la cueva de los estudiantes” por esa querencia que mostraron estos cinco aspirantes a graduados, como lugar de recogido y silencioso estudio.<br />El primer año de mi escolaridad no fue completo puesto que la inicié a comienzos de la primavera, con el maestro Don Alberto. El curso siguiente llegó un maestro nuevo que se llamaba Don José María Lanao. Era de Labuerda y hasta entonces había estado trabajando en otras localidades de la provincia de Huesca. En Labuerda tenía aún buena parte de su familia. Yo tenía 7 y 8 años cuando estuve con él. Recuerdo algunas cosas de aquel tiempo: una fiesta de carnaval en la que nos disfrazamos con ropas de nuestros mayores y comimos chocolate, una obra de teatro que repetimos dos veces y con la que sacamos dinero para hacer una excursión al Valle de Ordesa y recuerdo su invitación a ayudar en la lectura a algunos compañeros que no se manejaban con soltura todavía. Guardo de esa época un cuaderno de limpio que es para mí muy valioso. Lo recuerdo como una persona afable, que nos dispensaba un buen trato y con el que íbamos a la escuela a aprender sin miedo. Un sábado de octubre de 1963, con poco más de cuarenta años, falleció de “muerte repentina” (imagino que hoy sería un infarto de miocardio o algo similar), dejándonos absolutamente huérfanos: ¡Cómo podía morirse el maestro! <br />Dos años más tarde, ante el desbarajuste de interinos y sustitutos y temporadas sin maestro, mis padres acordaron llevarme a la escuela de Escanilla. Completaba así el itinerario familiar de estar en las dos escuelas donde habían estudiado mis padres: Labuerda y Escanilla. Allí estaba la maestra Mª Pilar Caro, guapa y simpática, que se alojaba en la casa de mis tíos y primos, en casa Buil. De modo que “me iba a vivir un tiempo con la maestra”, ya que compartíamos alojamiento y escuela. Sólo estuve unos meses, hasta que finalizó mi último año y fue ella la que me acompañó hasta L´Aínsa a examinarme de ingreso de bachillerato y a Barbastro a hacer un examen para obtener beca, alojándome en una alcoba de su casa, tras un viaje inolvidable más, atravesando aquel tortuoso y torturante Alto del Pino que tanto sufrimos los pobladores de Sobrarbe cuando queríamos llegar a Tierra Baja. En la escuela de Escanilla éramos seis alumnos y fuimos muy felices. Me acuerdo que Mª Pilar corregía nuestros cuadernos y cuando ella consideraba que era merecedor de ello, premiaba nuestro trabajo con un MB (Muy Bien) y cuando teníamos unos cuantos en nuestro cuaderno, recibíamos un regalo. Mi recuerdo de aquellos meses es siempre muy emotivo, muy feliz y de mucha gratitud hacia ella.<br />Comencé mis estudios de bachillerato en L´Aínsa y en segundo curso llegó un profesor diferente: Ánchel Conte. Él nos dispensó un trato especial, nos ilusionó con aprender y se desvivió por enseñar de una manera distinta: mirando al entorno, utilizando materiales nuevos, convirtiendo sus clases en tiempos deseados… El recuerdo de sus clases, de su fuerza e implicación, de su metodología… siempre han sido para mí una referencia fresca y positiva.<br />De modo que, entre los recuerdos escolares de mis padres y mis experiencias personales, especialmente las vividas al lado de José María, María Pilar y Ánchel, parecía todo encaminado al hecho de que estudiara magisterio. También influyó en ello, la circunstancia de poder estudiarlo en Huesca y el provenir de una familia de recursos económicos limitados que no podía permitirse salidas más lejanas ni gastos superiores. A mis padres, que hacían un esfuerzo más que considerable para poder atender las necesidades económicas de sus cuatro hijos estudiantes y que nos animaban constantemente a que estudiáramos para ver si podíamos mejorar las condiciones duras de vida que ellos soportaron, pegados a la tierra y a los animales, les parecía bien que orientara mi futuro hacia una profesión que ellos respetaban y de la que guardaban un buen recuerdo: la de maestro.<br />Estudié en la Escuela Normal de Huesca y comencé mis estudios coincidiendo con la última promoción del Plan 67. Terminé en 1974, antes de cumplir mis veinte años. Trabajé el curso 74-75 en la escuela graduada de Boltaña, como interino, siendo tutor de 33 alumnos y alumnas de 5º de EGB. Después estuve poco más de un mes en L´Aínsa, hice el servicio militar, trabajé seis meses en Tamarite de Litera; me destinaron por concurso de traslados a Canovelles (Barcelona) y, tras cuatro años inolvidables en esa localidad catalana, en septiembre de 1981, recalé en Fraga, donde todavía trabajo en el CEIP Miguel Servet. <br />Después de un largo recorrido laboral, debo decir que las razones por las que todavía mantengo unos niveles altos de ilusión en mi trabajo pasan por la posibilidad diaria de compartir tiempo y pequeños proyectos con los chicos y chicas; porque todavía consigo –de tarde en tarde- iluminar su mirada; provocar ilusión intentando resolver algunos desafíos; poner los ingredientes para despertar la curiosidad suficiente que nos lleve a investigar o a recabar informaciones que nos permitan avanzar en nuestra aventura de relación y aprendizajes; disfrutar de las realizaciones colectivas; estimular la comunicación con otros niños y niñas, con otras aulas de otras escuelas; ayudar a canalizar la expresión de las emociones; promover el uso racional de las nuevas tecnologías; crear nuestros libros libres; fomentar la reflexión y la valoración de lo que vamos haciendo; defender emocionadamente la práctica de la lectura y de la escritura, como estrategias de obtención y divulgación de la información que debemos transformar en conocimiento y como herramientas de profundo significado en la realización personal de chicos y chicas; sembrar algo de coherencia y ofrecer un perfil personal que diariamente la certifique; involucrarme con otros compañeros y compañeras de profesión en pequeños proyectos de trabajo nacidos a partir de las ideas individuales o colectivas; dinamizar la biblioteca escolar como espacio civilizador y compensador, como centro cultural del colegio, como equipamiento que guarda y ofrece innumerables documentos informativos y recreativos; cultivar la sensibilidad de los chicos en lo concerniente al conocimiento y respeto de los valores naturales y medioambientales; tener presentes los intereses de los chicos y chicas del aula para incorporarlos, junto a sus conocimientos, a la planificación de nuestras estrategias de trabajo; intentar divulgar (a través de la autoedición, de la escritura de artículos para revistas, del blog o de la web) parte de nuestro trabajo e intercambiar algunos materiales diseñados… Y, en definitiva, practicar una pedagogía del sentido común. <br />Por estas y otras razones, uno aún se siente motivado –después de tantos años- a trabajar en la escuela, a levantarse cada mañana y salir al encuentro de un diario cúmulo de incertidumbres, porque eso es hoy día una escuela, un colegio. Hay que luchar contra una parcelación del saber en áreas y contra una fragmentación horaria que convierte los tiempos escolares en un pequeño suplicio para quienes venimos de una época diferente; una época en la que ser tutor o tutora suponía permanecer en el aula casi toda la jornada y tener la flexibilidad suficiente para organizar los horarios y atender los ritmos y hacerlo todo con algo más de sentido… Es posible que ya sea hora de repensar la frecuente organización “desorganizada” actual.<br />Vivimos tiempos complicados en nuestros centros escolares, pero siempre se abren nuevos frentes de trabajo e investigación que pueden motivarnos de manera especial; basta con mantener una actitud de permeabilidad, reconocer que nos dedicamos a un oficio privilegiado y trabajar con constancia y convencimiento para dignificarlo.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-81108278059807505062010-07-04T09:59:00.003+02:002010-07-04T10:04:34.117+02:00Nociones básicas de mi madre-maestra, Montse Jaraba AndrésMi madre era maestra, aunque supongo que lo sigue siendo, porque como los pintores o los escritores no se deja de serlo por aparcar la obra. El caso es que yo era hija de maestra, pero mi madre no quiso que ni yo, ni mis tres hermanos, nos convirtiéramos en los hijos de la señorita. Así, que no fuimos a su escuela, el colegio público de donde los alumnos salían -según sus propias palabras- mucho mejor preparados que del resto de centros cercanos. Entonces no llegué a comprender su decisión, ni por qué tuve que ir a un colegio de monjas. Ahora me doy cuenta de que mi madre quiso protegernos de la mala superprotección. Y, seguramente, hizo bien. <br /><br />Tener una madre maestra es tenerlo todo en uno. Como en el anuncio de la época: juguete completo, juguete Comanci. Con sus pros y con sus contras. Mi madre se despedía de mí camino de su escuela, ella, y de mi escuela, yo, con un «mira bien al cruzar y haz buena letra».<br />En lo de la letra insistía especialmente los días de examen «porque, si no, ni te lo corregirán. Y haz el favor de dejar margen, que la presentación es muy importante». Lo del margen, eso sí que era un buen consejo. A veces, en una especie de homenaje privado, le suelto a mi hijo mayor un de esos «en el examen haz buena letra y deja margen, que la presentación es muy importante». Y me río para mis adentros.<br /><br />Mi madre era maestra, pero no hubiera querido serlo. Hubiera preferido ser médico, o médica. Pero estudiar Medicina no estaba al alcance de la economía de una familia humilde de posguerra y, como hubiera dicho mi abuela,«la chica, que era aguda, siempre la primera de su curso» tuvo que optar por Magisterio, que sólo eran tres años. Unos estudios económicamente más asumibles para sus bolsillos. Seguramente, la Medicina y muchos pacientes se perdieron a una gran médica, pero centenares de escolares se beneficiaron de las precariedades económicas de mis ancestros y de esa decisión de mis abuelos que tantos lloros y tanto disgusto provocaron en mi madre en su momento. <br /><br />Tener una madre maestra en casa significa convivir con conceptos y palabras siempre presentes: claustros, evaluaciones, programaciones… Y también comporta convivir con muchas vidas a la vez, historias personales de alumnos, conversaciones con padres y madres, desacuerdos con compañeros en interminables reuniones, retales de vidas ajenas que se paseaban por casa a diario y que formaban parte mi día a día.<br /><br />Tener una madre maestra es recibir lecciones extra, de las que van a parte de los itinerarios curriculares, de ésas que no se imparten propiamente, pero que llegan al hijo-alumno por la simple observación. Las alegrías o los disgustos con los que mi madre volvía de la escuela eran la demostración evidente de que hay trabajos que son mucho más que una jornada laboral cumplida con más o menos acierto. Simples comentarios pueden resultar reveladores y formar parte de los códigos que se transmiten de manera imperceptible, casi invisible, pero que sirven para construir y modelar la propia personalidad. <br />Recuerdo perfectamente -y no creo que tuviera más de 7 u 8 años- a mi madre comentarle a una amiga y compañera que les había dicho a los alumnos que no quería ningún regalo para Navidad. La costumbre de obsequiar a los maestros en determinadas fechas convertía en esos días la llegada de mi madre de la escuela en una fiesta:<br />-A ver, ¿qué te han regalado?Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-51667229890135834572010-06-29T16:27:00.002+02:002010-07-03T09:13:03.546+02:00Una ilusión compartida, por Sylvia Mateo Pano<meta equiv="Content-Type" content="text/html; charset=utf-8"><meta name="ProgId" content="Word.Document"><meta name="Generator" content="Microsoft Word 10"><meta name="Originator" content="Microsoft Word 10"><link rel="File-List" href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CUsuario%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C02%5Cclip_filelist.xml"><!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><style> <!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:Wingdings; 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<br /></span></b><span style="font-family:Verdana;">Casa del Espartero de Peralta de Alcofea (Huesca). Allí nació mi abuelo materno, José Pano Calvo, el día 20 de abril de 1905.<span style=""> </span>Él y mi abuela Crispina vivieron<span style=""> </span>exiliados en Francia durante cuarenta años. Mi hermano José María y yo fuimos a pasar todos los veranos con ellos<span style=""> </span>hasta el año 1978 que pudieron regresar<span style=""> </span>a España con seguridad. ¡Por fin podían volver a su casa, a nuestra casa!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Mi abuelo nos contaba que sólo pudo ir a la escuela hasta los siete años porque en aquellos tiempos apenas había para comer y los niños se tenían que incorporar a una edad muy temprana al mundo laboral para ganar algo de dinero y ayudar a salir adelante a sus familias.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Murió con ochenta y cinco años y nunca olvidó una<span style=""> </span>escena que vivió en la escuela, siendo un niño,<span style=""> </span>un día en que el cura de su pueblo entró en<span style=""> </span>la clase de los chicos y escuchó cómo le decía al maestro, señalándole a él, que a “ese niño” sólo le tenía que enseñar el catecismo. Aquel cura había decidido, y presionó al maestro para que así fuera,<span style=""> </span>que mi abuelo tenía que ser<span style=""> </span>una persona inculta y pobre, como otros muchos en aquel entonces. Lo contaba una y otra vez ¡con tanta rabia y con tanto dolor! Yo creo que nunca superó la impotencia que vivió en ese momento y que pudo ser el inicio, sin aquel cura ser consciente de las consecuencias de aquella decisión, del nacimiento de un ser que vivió y luchó durante toda su vida<span style=""> </span>por y para<span style=""> </span>la ideología republicana.<span style=""> </span>A mí esa vivencia me marcó de una forma especial en mi crecimiento personal .<span style=""> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Mi madre y sus hermanas vivieron una posguerra durísima. Pero como<span style=""> </span>la memoria humana es muy selectiva, a pesar de todas las situaciones de desgracia que tuvieron que afrontar durante mucho tiempo, mi madre ha recordado siempre,<span style=""> </span>y la sigue recordando<span style=""> </span>a sus 78 años, con un cariño muy especial a Dª Pilar. Era su maestra. Una maestra que estuvo en el pueblo más de cuarenta años. Mi madre me cuenta que llevaba más de cien niñas, cómo se organizaba, cómo las mayores en cuanto aprendían a leer y a escribir se convertían en las maestras de las niñas más pequeñas.<span style=""> </span>Cómo este tipo de organización cohesionaba un grupo tan numeroso. Pero lo que más me ha impresionado siempre es su sentimiento de amor y de gratitud hacia esa maestra que se<span style=""> </span>la llevaba a escondidas a su casa junto<span style=""> </span>a sus hermanas para darles de comer, para que se sintieran protegidas de algún modo en medio de aquella sociedad tan hostil.<span style=""> </span>Dª Pilar fue<span style=""> </span>en su momento una figura de apego para mi madre,<span style=""> </span>y durante toda su vida la ha tenido como un modelo de referencia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Desde los doce años tuve claro que quería ser maestra. Mi madre me apoyó incondicionalmente en la decisión de estudiar. En mi pueblo no había Instituto. Cuando todos los niños salían de la escuela, el maestro y la maestra se quedaban con los que preparábamos el<span style=""> </span>Bachillerato Elemental. Recuerdo que el maestro nos daba Matemáticas, Geografía e Historia, Ciencias Naturales, Física, ... La maestra Lengua, Latín, Música, Política, Francés , Religión y Gimnasia . Cuando llegaba junio, íbamos al Instituto de Barbastro y en dos días nos examinaban de todas las asignaturas. Éramos alumnos de matrícula libre. Cuando acabé el Bachiller Elemental y la Reválida hubo<span style=""> </span>cambio en<span style=""> </span>el sistema educativo. Se implantó el Bachillerato Unificado Polivalente. El primer curso me lo preparé en una academia en Huesca y me examiné en el Instituto Domingo Miral de Jaca donde estaba ubicado el INBAD.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">En segundo de B.U.P. pude conseguir una plaza en el Colegio de Santa Ana de Huesca donde cursé<span style=""> </span>el resto del Bachillerato<span style=""> </span>y COU compartiendo<span style=""> </span>los grupos y las aulas, por primera vez en la historia de los centros privados de Huesca,<span style=""> </span>con las alumnas de Santa Rosa y los alumnos de Escolapios, San Viator y Salesianos. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Cursé mis estudios profesionales en la Escuela de Magisterio de Huesca. Empecé a descubrir una escuela en la que yo ya no era la alumna sino la enseñante durante el tercer año cuando hice las prácticas. La empezaba a ver del otro lado, a descubrir<span style=""> </span>la diferencia que hay entre enseñar y educar, lo importante que es la relación con los padres, cómo tu actitud, tu entusiasmo, tu ilusión y tu nivel de compromiso pueden llegar a<span style=""> </span>determinar el funcionamiento de un grupo de alumnos. Me pareció apasionante descubrir que, atreviéndome a ser un poco transgresora,<span style=""> </span>podía llegar a<span style=""> </span>convertir el aula en un espacio de creatividad, de actividad, de interacción, de inclusividad, en fin, ¡todo un mundo! con un poco de imaginación. Ah! Y, muy importante para mí, hacer una escuela compensadora sobre todo para los niños que viven con algunas necesidades.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Tuve la suerte de acabar mis estudios con un “Acceso Directo”. No os quiero ni contar cómo recibió este premio mi familia, sobre todo mis abuelos y mis padres. Fue un premio especial para mi abuelo y para mi madre. Era la primera persona de la familia que tenía una carrera y para orgullo de mi<span style=""> </span>abuelo José y de mi madre Mª Teresa su primera nieta e hija,<span style=""> </span>la mayor, ¡YA ERA MAESTRA!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">He sido siempre, y lo sigo siendo, una persona activa, que huye de la<span style=""> </span>monotonía,<span style=""> </span>que ha afrontado<span style=""> </span>con ilusión y optimismo<span style=""> </span>los constantes cambios que hemos estado viviendo en el mundo de la educación, a la que le gustan los nuevos retos, con un nivel de compromiso muy alto con su trabajo porque le gusta tanto que si volviera a nacer volvería a ser MAESTRA. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Confieso que siento una gran satisfacción cuando mis ex-alumnos me llaman por la calle y<span style=""> </span>constato que me siguen recordando con un cariño especial,<span style=""> </span>cuando entran en mi despacho y me cuentan sus alegrías, sus problemas, sus confusiones, sus dudas <span style=""> </span>existenciales, …cuando después de pasado el tiempo hay madres que me buscan<span style=""> </span>y me muestran su confianza,<span style=""> </span>me piden <span style=""> </span>opinión para orientar a sus hijos… Me siento útil y valorada.<span style=""> </span>Me hacen sentir feliz. Es así de sencillo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;">Actualmente estoy ocupando un puesto de responsabilidad en el Centro de Profesores y Recursos<span style=""> </span>de Alcañiz.<span style=""> </span>Me está permitiendo ver la escuela desde otro punto de vista y trabajar por ella y por sus maestros desde una nueva perspectiva con optimismo, con ilusión y con esperanza en el futuro. Creo que es muy importante que desde la Administración se potencie la figura del maestro y se valore la trascendencia de su<span style=""> </span>trabajo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-family:Verdana;"><o:p> </o:p></span></p><meta equiv="Content-Type" content="text/html; charset=utf-8"><meta name="ProgId" content="Word.Document"><meta name="Generator" content="Microsoft Word 10"><meta name="Originator" content="Microsoft Word 10"><link rel="File-List" href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CUsuario%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C09%5Cclip_filelist.xml"><!--[if gte mso 9]><xml> <w:worddocument> <w:view>Normal</w:View> <w:zoom>0</w:Zoom> <w:hyphenationzone>21</w:HyphenationZone> <w:compatibility> <w:breakwrappedtables/> <w:snaptogridincell/> <w:wraptextwithpunct/> <w:useasianbreakrules/> </w:Compatibility> <w:browserlevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><style> <!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:Verdana; panose-1:2 11 6 4 3 5 4 4 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:536871559 0 0 0 415 0;} @font-face {font-family:Calibri; panose-1:2 15 5 2 2 2 4 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-1610611985 1073750139 0 0 159 0;} /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-parent:""; margin-top:0cm; margin-right:0cm; margin-bottom:10.0pt; margin-left:0cm; line-height:115%; mso-pagination:widow-orphan; font-size:11.0pt; font-family:Calibri; mso-fareast-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-fareast-language:EN-US;} @page Section1 {size:612.0pt 792.0pt; margin:70.85pt 3.0cm 70.85pt 3.0cm; mso-header-margin:36.0pt; mso-footer-margin:36.0pt; mso-paper-source:0;} div.Section1 {page:Section1;} --> </style><!--[if gte mso 10]> <style> /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:10.0pt; font-family:"Times New Roman";} </style> <![endif]--> <p class="MsoNormal" style="text-align: right;" align="right"><span style="font-family:Verdana;">Sylvia Mateo Pano <o:p></o:p></span></p> <div style="text-align: right;">
<br /><i style=""><span style="font-family:Verdana;"><o:p></o:p></span></i></div> Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-22890509826538223982010-06-17T06:07:00.001+02:002010-06-17T06:09:57.940+02:00Carta a un futuro maestro, por Mª Jesús Sáez de UrabainQuerido Zumai: ¡No sabes qué alegría me diste el día que me dijiste: Txus, quiero ser maestro como tú!<br />Me hizo recordar otro día, hace años. Ibas con la abuela de paseo y te encontraste con la pregunta: ¿Y este niño tan guapo qué quiere ser de mayor? Las palabras venían de una señora amiga de la familia. Tú mirando hacia la abuela, orgulloso, contestaste: yo, soltero como mi abuela.<br />No sé si este deseo lo cumplirás ¡Tienes tanto tiempo por delante! Pero el otro, espero que lo cumplas (ya estás en camino) y que con esa vocación-profesión seas tan feliz como yo he sido.<br />Si me preguntas por qué quería ser maestra, tengo que volar a mi infancia:<br />Desde la ventana de mi habitación veía el patio de las monjas, el recreo de los niños. Era un juego para mí, las niñas jugando al corro, la soga, las tabas, los chicos correteando con el balón, y unas alas blancas de mariposa o de ángel que se confundían con las cabezas rubias, morenas, pelirrojas.<br />¡Mamá, mamá yo quiero ir al colegio, quiero aprender a leer! ¿Por qué no puedo bajar al recreo con los niños? Debí ser muy convincente o pesada porque mamá habló con la superiora y a pesar de no tener la edad reglamentaria, tenía 4 años, consintieron que comenzara mis clases.<br />¡Qué contenta aparecí el primer día de clase! A las 9 menos cuarto estaba la primera en la entrada del cole; había que coger sitio en la fila. Allí pegada a la puerta aprendí la canción que como una retahíla recitábamos hasta que las alas de mariposa nos daban paso a la clase: “Abre la puerta, culín y culeta más vale un duro que una peseta”.<br />Creo que aprendí a leer pronto; entre las alas de mariposa que guiaban mis aprendizajes y mi madre, las letras corrían por mi cabeza.<br />Léeme este cuento mamá, ahora lo leo yo; balbuceaba y preguntaba ¿Y esto qué quiere decir? ¿por qué los príncipes comen siempre perdices? ¿no comen cordero y otros manjares? No sé que me contestaría mi madre… hija, es un decir, puede que comieran otras cosas.<br />A las alas de mariposa también les preguntaba: ¿Y cómo tenéis el pelo debajo de la toca? ¿y cuándo os lo cortáis? ¿dan mucho calor las alas almidonadas? ¡Qué curiosa era y sigo siendo!<br />Me encandilaba el gesto de la cabeza que hacían las monjas para pasar sin tropezarse por las puertas.<br />Cuando ya me solté a leer, comencé a ir al comedor de las hermanas a leer mientras ellas comían. Esas lecturas de vidas ejemplares, del Evangelio o de la Biblia me llenaban de fantasías la cabeza. Yo era la misionera que cuidaba negritos en África, otras veces ayudaba a los cristianos perseguidos… Era fácil para mí evadirme y ser la heroína de la historia.<br />¡Qué pronto transcurrieron esos años! Pasé a la Escuela Nacional de niñas a los siete años y admiré a mis maestras: D.ª Resu es la que recuerdo con más cariño.<br />Y como la niña podía estudiar, según los mayores, comencé a preparar ingreso de Bachiller. Don Jesús Bañales fue mi maestro y guía. Con él hice por libre ingreso, primero y segundo de Bachiller. Estudiaba (no mucho) en casa, y por la tarde, cuando los chicos salían de clase, los y las aspirantes a Bachiller nos sentábamos en los pupitres que ellos abandonaban. El maestro nos explicaba las dudas y nos ponía tarea para el día siguiente. Nunca tuve un reproche para mis maestros y maestras. Siempre me ayudaron a saciar mi curiosidad. Así que yo quería ser como ellos y ellas, ayudar a otros niños y niñas para que aprender fuera un juego, enseñarles a buscar la solución de sus preguntas, guiar sus ocios, disfrutar con ellos de lecturas maravillosas, músicas, teatros, deportes, etc. etc.<br />Tu abuela también me transmitió admiración hacia sus maestros, que fueron republicanos y humanistas. Hacían partícipes a sus alumnos de sus ideas de igualdad y fraternidad. Les enseñaron a querer y apreciar la belleza: de ideas y de cosas.<br />¡Cómo recita la abuela poesías aprendidas con ellos, fábulas, etc. etc.! ¿Te acuerdas Zumai? “Mariposa vagarosa, linda en tintes y en donaires, tú que vas de rosa en rosa…” “Dijo la zorra al busto después de olerlo, tu cabeza es hermosa pero sin seso”. Las hemos aprendido con ella y por ella sus hijas y sus nietos. ¡Buena maestra!<br />Así que a tu pregunta: ¿Por qué quise ser maestra? creo que ya tienes respuesta: por la admiración a sus maestros que me inculcó tu abuela, por la misma admiración y respeto que tuve a los míos y por mi gran curiosidad que me llevó a aprender y participar de aprendizajes variopintos: teatro, atletismo, encuadernación, grafología, tiro al arco, etc. etc. También desaprendo (la memoria juega malas pasadas).<br />En la misma escuela en la que estudié Magisterio (el año 2011, hará 50 años que se inauguró y que yo empecé primero) tú has cursado primero; yo hago Humanidades y tú estudias la carrera más bonita, alegre y satisfactoria que conozco.<br />Deseo que te haga tan feliz como a mí me ha hecho.<br />Un abrazo y todo mi cariño<br /><br />Txus<br /><br />P.D. Me gustaría que cuando sea mayor me cuentes al oído: “Mariposa vagarosa, linda en tintes y en donaires…<br />¿Por qué quisiste ser maestro?Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-11777686830079918452010-06-17T06:04:00.001+02:002010-06-17T06:05:56.117+02:00Una maestra, por Mª Carmen Tornadijo MerinoAhora que me acerco a la edad de la jubilación, llevo 35 años de maestra, me pongo a reflexionar sobre cuándo y por qué quise dedicarme a la enseñanza.<br />Ciertamente, no tengo idea de tomar la decisión en un momento determinado, pero sí me recuerdo desde muy pequeña “enseñando a mis muñecas”. Las colocaba en fila y me encantaba mostrarles los dibujos de mis cuentos, o contarles historias fantásticas de princesas, que unas veces las inventaba muy dichosas, rodeadas de lujo y otras veces las había muy desgraciadas; aunque siempre elegía finales felices para que mis “alumnos-as” (había también algún muñeco) quisieran volver otro día a escuchar mis relatos. Yo estaba encantada viéndoles disfrutar con la mirada atenta, sin pestañear, aprendiendo todo lo que les enseñaba; parecían no cansarse nunca, sin una queja, sin un gesto de enfado ni de contrariedad. Mi éxito era total, garantizado.<br />También recuerdo la admiración que sentía por los docentes, estaba convencida de que esas personas lo sabían todo de todas las materias y de todas las artes: matemáticas, lengua, geografía, historia, e incluso las maestras hacían unas “labores” de costura preciosas: bordaban sábanas, mantelerías, adornos…<br />Desde mi primer día de trabajo, ya experimenté la diferencia que había entre mis juegos de niñez y la realidad al tratar con chicos y chicas que tenían capacidad de reaccionar ente mis sugerencias. En ocasiones respondían con agrado y otras con protestas o indiferencia. A pesar de mi interés, no siempre mi esfuerzo se veía recompensado. Por ello he tenido que adaptarme con frecuencia a cambios y a imprevistos.<br />Así mismo comprobé qué equivocada estaba al suponer que por tener el título de maestra ya poseía todo el conocimiento que guardaban los libros, enciclopedias y diccionarios que desde siempre me llamaron la atención. ¡Cuántas veces he tenido que reconocer que no sabía dar respuesta a la pregunta que me han cuestionado alumnos-as de cualquier edad! ¡Cuántas veces me habré equivocado al querer resolver un problema, que se me ha resistido!<br />Pero algo ha permanecido constante en mi quehacer diario: terminar la jornada con un final feliz para que al día siguiente el alumnado y yo nos encontremos con la alegría de retomar la historia que dejamos iniciada ayer.<br />Han pasado muchos años y sigo deseando jugar cada día con las muñecas y muñecos. Ahora son ellos los que me cuentan las historias más bonitas. Lo pasamos muy bien. Reímos, cantamos, nos emocionamos y hasta aprendemos. Me han enseñado que es muy importante que haya armonía en un grupo. Procuramos no molestarnos porque hemos decidido que si alguien incordia se va al cajón de los juguetes rotos y es muy aburrido.<br />A pesar de haber tenido contratiempos y dificultades, nunca he pensado que me he equivocado al elegir mi profesión.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-26504677422059051092010-06-17T06:01:00.000+02:002010-06-17T06:02:39.714+02:00¿Por qué he sido maestra?, por Mª Luz Visús PardoReflexionando sobre esta pregunta, llego a la conclusión de que en un principio no fue por vocación, sino más bien por necesidad.<br />En aquellos años cincuenta, y en una capital de provincias, pequeña y cerrada como Huesca, no había muchas alternativas. Si añades a esto que tus padres no tenían medios económicos para pagarte los estudios fuera de tu ciudad, las opciones quedaban reducidas solamente a dos: una era Comercio, algo así como el equivalente a la actual carrera media de Ciencias Empresariales, la otra: Magisterio. Y dado que a mí siempre se me dieron mejor las letras que las ciencias, la decisión estuvo clara: cursé Magisterio.<br />La evocación de aquellos años de estudio en la Escuela Normal me trae la nostalgia de la juventud, de la camaradería, de los recreos en el parque próximo y de tantas vivencias compartidas con compañeros y compañeras de curso. Con varios de ellos hemos coincidido años más tarde en alguno de nuestros centros educativos; unos encuentros, que han estado siempre cargados de anécdotas y recuerdos siempre gratos, quizás por aquello de que la memoria, además de selectiva, es sabia y va relegando al olvido aquellos episodios que no fueron tan placenteros.<br />Algo parecido me ocurre con los profesores; unos han quedado en el olvido, otros me han dejado huella y sigo recordándolos con cariño y admiración, porque me inculcaron el deseo de saber, el afán de superación y sobre todo el goce de la lectura. Y sin duda, algo que recuerdo bien de la andadura académica de aquellos primeros años, en los que aunque todavía no tuviese una vocación clara, algo se debía forjar en mi interior porque la Sicología y la Pedagogía fueron, desde el principio, mis asignaturas favoritas.<br />Sin embargo, en aquel entonces nuestros aprendizajes eran casi exclusivamente teóricos y nos faltó algo tan importante como conocer de cerca el elemento esencial: los niños. Solamente hacia la mitad del último curso se nos facilitó ese contacto como practicantes en la Escuela Aneja. Aunque, como pertenecientes al sexo femenino, fuimos adscritas a las clases de niñas, y únicamente por las tardes; con el agravante de que durante estas sesiones, en aquella época, quedaban excluidas todas las materias excepto la de “labor y costura”. Es fácil, pues, imaginar el nivel que alcanzaban nuestras cortas prácticas, y que termináramos la carrera cargadas de contenidos, pero muy lejos de la realidad del aula.<br />Por este motivo, el estreno de mi primer destino estuvo lleno de una amalgama compleja de sensaciones: soledad, incertidumbre, miedo a no estar a la altura de lo que exige tu profesión, pero también de ilusión, de muchas ganas de educar y enseñar a los que iban a ser mis primeros alumnos de verdad.<br />Llegué a Laguarta, un pueblecito del Prepirineo, que aunque no distaba muchos kilómetros de mi ciudad, parecía muy lejano dadas las complicadas y difíciles comunicaciones. Era éste, un pueblo recóndito, cercado por montañas y desconocido para mí, lo que me hizo sentir sola, extraña y vulnerable.<br />Nerviosa, entré por primera vez en “mi escuela”: era pequeña, estaba presidida por los consabidos símbolos franquistas, disponía de un parco y exiguo mobiliario, una estufa de leña en el centro, un reducido armario con muy escasos, viejos y manoseados libros, y sus únicos adornos en las paredes eran la pizarra y un descolorido mapa de España. Eso sí, no faltaba la emblemática bola del mundo sobre la mesa de la maestra, “mi mesa” desde ese instante.<br />Recuerdo que de muy poco me sirvió la teoría aprendida a la hora de hacerme cargo de un grupo reducido de niños y niñas de distintas edades y expectativas. En su mirada había sobre todo curiosidad y un leve toque de desconfianza, casi de temor. Parecían preguntarse cómo les iba a ir conmigo. ¡Qué poco sabían que a su maestra le invadía ese mismo sentimiento, aunque disimulado por una sonrisa!<br />Los días fueron pasando, y sin apenas darme cuenta fui entregándome a mi alumnado, al pueblo y sus pocos habitantes. ¡Ah, y ya no me preocupaba cumplir al pie de la letra todo lo cursado durante la carrera! Como el material pedagógico era escaso, por no decir inexistente (una enciclopedia, El Quijote, libros de dictados farragosos, Lecciones de cosas y el catecismo de Ripalda), se impuso la necesidad de desarrollar la creatividad con ejemplos y actividades cercanas y comprensibles a su forma de vida para que el aprendizaje de las materias básicas fuese más placentero.<br />Poco a poco fue desapareciendo la distancia entre mi persona y mis alumnos, diluyéndose con la convivencia continua dentro y fuera de la clase hasta llegar a entender y participar de su carácter, sus preferencias, sus juegos y sus sueños. Con todo, también fueron ellos, los niños, los que sin pretenderlo me enseñaron a mí y me enriquecieron con su gran curiosidad, su imaginación, a veces tormentosa, y su forma práctica de vivir.<br />Tras Laguarta llegaron otros lugares y, por último, la ciudad. Han pasado por “mis manos” muchos niños y niñas, la mayoría de ellos me ha dado satisfacciones, otros también problemas que he ido resolviendo con paciencia y mayor o menor éxito. Pero, lo cierto es que sin apenas darme cuenta, en ese constante dar y recibir, fui entregándome de lleno a la docencia.<br />Y hoy, desde mi actual mirada, ya transcurrido mucho tiempo, tiempo en el que la Educación ha ido cambiando hacia nuevos métodos, medios técnicos, múltiples materiales y creciente colaboración entre compañeros, puedo decir que mi vocación se ha ido forjando y creciendo a lo largo de todos estos años, obedeciendo al deseo constante de procurar a los niños una puerta abierta a la curiosidad, de tratar de inculcarles la tolerancia como método de convivencia, de fomentar su creatividad, y por encima de todo, de transmitirles la pasión por la lectura y el amor a los libros.<br />Llevo ya varios años jubilada, pero sigo mirando con agrado a los niños de un colegio ubicado bajo mis ventanas, sus juegos, sus gritos y su actividad por el recreo.<br />Cuando los miro, me siento a la vez acompañada y nostálgica. Siento gratitud y entusiasmo por los años que he convivido con ellos; y si, en este momento, transcurridos ya diez años de mi jubilación, alguien me preguntara qué es lo que más me hubiese gustado ser en mi vida, confesaría sin vacilar: maestra.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-1066456144047647182010-06-09T06:24:00.003+02:002010-06-09T19:25:49.265+02:00¿Por qué soy aprendiz de maestro?, por José Luis Capilla Lasheras<span style="font-style:italic;">Son casi las cinco. Es invierno y está nevando. A través de los cristales blanquecinos de las ventanas de madera se pueden apreciar los copos de nieve cayendo en el prematuro anochecer de esta época. El interior está aún más oscuro. Diez niños de distintas edades y su aprendiz de maestro observan una proyección que les envuelve con sus voces y paisajes cautivadores. Están allí juntos, compartiendo unos instantes en medio de la oscuridad luminosa y el silencio lleno de sonidos</span>. Quizá momentos como este, donde casi ninguna otra cosa importa, sean suficientes para justificar un oficio. Permítanme contarles algunos más.<br /><br />Al margen de los consejos y el cariño de unos, el esfuerzo de otros, o la incierta intuición, el azar condiciona algunas decisiones trascendentes. Así, puedo indicar que cuando elegí el sendero que llevaba hacia esta profesión no era consciente de la decisión tan afortunada que tomaba. Soy pues, y en primer lugar, una persona muy afortunada.<br /><br />A partir de aquí, vivir la profesión de una manera muy determinada significa que la escuela, los niños, los compañeros, las familias, van empapando calladamente los hilos con los que se teje la vida hasta que un día comprendes que ya forman parte de ti, de tu propia piel; que tu pensamiento, tus viajes, tu amada compañera, tus anhelos y preocupaciones, surgen de la escuela, se dirigen a la escuela, laten y sienten con la escuela. La escuela me ha modelado: ha cultivado mi mirada a través de las miradas de cientos de niños, me ha mostrado personas maravillosas en su ejemplo diario, me ha mostrado muchos lugares y muchas vidas. Hasta un punto en que ya no puedo explicarme sin ella.<br /><br />Cuando uno no está seguro de nada, sino que duda de absolutamente todo, cuando la vida le parece un milagro fascinante, cuando se entusiasma con el vuelo de una golondrina, con un sapo o una culebra, con un atardecer o con una grandiosa luna llena, la escuela se convierte en un viaje maravilloso donde compartir algunas experiencias con unos compañeros bajitos, inquietos, curiosos, con la capacidad intacta para sorprenderse por cada uno de los prodigios que pueden suceder cada día al amparo de la escuela. Los niños son, aún, los auténticos poseedores del tesoro de sorprenderse por los pequeños y mágicos descubrimientos diarios. La escuela es ese pequeño teatro donde todos ensayamos cada día nuestra actuación en la vida, el torno donde nos damos forma mutuamente, el lugar del que parten las excursiones para conocer el mundo, para descubrir a los compañeros, para ser sensibles y maravillarnos con cada manifestación de vida, donde compartimos lecturas que nos hacen ser mejores, donde acuden Ricardo y Pablo para hablarnos de egagrópilas y pájaros y descubrirnos el mundo de lo microscópico, donde intentamos ayudar a tarabillas y vencejos en apuros, desde donde observamos pasmados Saturno y sus anillos, en el que de forma mágica brotan las semillas y dan lugar a pinos, arces o tomates. Es el lugar en el que, durante una clase, un infeliz aprendiz de maestro pierde un día la mirada en el horizonte pensando el privilegio que supone estar allí y una pequeña niña filósofa, que otro día reflexionaría sobre qué demonios significaba estar viva, se acerca a él diciéndole que espabile, que tiene la mirada puesta en no sabe qué misteriosos mundos. También la escuela es un lugar donde el maestro puede sentir en la garganta un nudo cuando, en medio de meditaciones filosóficas, un niño intenta explicar y explicarse la muerte, el dolor por la pérdida de un ser querido, y todos los compañeros escuchan absortos y en silencio absoluto creando un momento donde los delicados sentimientos se mueven entre las mesas y las sillas con tal intensidad que un oyente atento podría llegar a escucharlos.<br /><br />En este pequeño recorrido en el que ahora pienso y escribo, también hay ocasiones en las que uno llega a lugares especiales. Muy especiales. Allí descubre a niños especiales, a compañeros especiales, a familias especiales. Y no le queda otro remedio que volver a sentirse profundamente afortunado, puesto que, ante todo, le enseñan nuevas maneras de mirar y de sentir, le acercan a la importancia y el valor de lo sencillo e indispensable, y también le ofrecen ejemplos constantes de esfuerzo, de vocación, de hacer el trabajo de la mejor manera posible y, en definitiva, le permiten compartir con ellos un período donde cada actuación parte de la premisa básica de que lo primordial y fundamental es el niño. Allí, el todavía infeliz aprendiz de maestro aprende el valor de las sonrisas, de la comunicación, de las caricias y los abrazos. Aprende a disfrutar de unos minutos acariciando y entrelazando sus manos con otras manitas diminutas que le susurran emociones a través del contacto. Aprende también que la voluntad y el entusiasmo son dos elementos indispensables para la mochila, como le muestra cada día Sonrisas, la niña que siempre pide «más» hasta poder decir «lo conseguí» y entonces buscar un nuevo reto.<br /><br />La escuela abre cada mañana la puerta al misterioso y afortunado asunto de la vida. Soy maestro porque me siento profundamente feliz compartiendo este intrincado e incierto camino con los niños.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-54550544362148928092010-06-07T10:30:00.002+02:002010-06-09T06:27:48.272+02:00De tu mano cada mañana al cole, por PepaHace tiempo que vengo pensando en escribir algo y hoy me decido a hacerlo.<br />Como alumna, soy del grupo de las enamoradas de su cole, que por cierto es Luis Vives de Zaragoza, he de decirlo con mucho orgullo. Recuerdo las tristes tardes de los viernes con un panorama de dos días sin clase o el tristísimo día de fin de curso cada verano. Yo era la única niña que lloraba porque no habría clase por muchos días. Lo recuerdo con total claridad, incluso me emociono un poco al hacerlo. Era algo rarita ¿verdad? Lo que ocurría es que era muy feliz en el cole con mis compañeras y compañeros, con doña Angelines, mi maestra de piel muy blanca, canas y voz dulce de primero, doña Gloria tan alta y tan de negro porque murió su marido ese año, en segundo, el tremendo trasero de doña Pablita de tercero a la que siempre le acompañaba una regla muy dura, de madera, los guateques de cuarto con aquella maestra que no recuerdo el nombre pero si que era monja y no vestía como yo pensaba que vestían todas las monjas. Así puedo seguir hasta octavo. Hace poco nos vimos los compañeros de clase, al celebrar nuestro 40 cumpleaños. Toda la cena hablando de las maestras y los maestros, de los niños y niñas que allí crecimos y ahora nos veíamos de nuevo..... Por mi trabajo, sin ser maestra, entro con frecuencia a los coles y siempre siempre que me llega ese olor tan particular que tienen los colegios mi estómago brinca.<br />En el colegio me mandaban cuidar de las clases de los pequeños, cuando ya era más mayor. Me encantaba. Mis maestras me animaban a que siguiera sus pasos. No lo hice. <br />No soy maestra pero trabajo en los colegios, llevo propuestas educativas, en relación al arte. Estoy en contacto continuo con niños, adolescentes o adultos estudiantes, maestras y maestros y tengo que decir que soy muy feliz haciendo este trabajo.<br />Veo ese inmenso esfuerzo que profesionales con mayor o menor acierto realizan cada día en sus aulas, a grandes personas convertidas en admirables profesionales, a algunos otros que no mencionaré. Pensando en estos últimos me viene a la cabeza este refrán: "En todos sitos cuecen habas....."<br />Además soy madre y con mi hija revivo la emoción que ella siente al descubrir y sentirse parte de ese mundo que es el colegio.<br /> <br />Gracias a todas mis maestras y maestros, a mis compañeras y compañeros de clase porque los recuerdos más felices de mi infancia están allí, en mi cole. <br />Gracias a todas y todos lo participantes de mis actividades porque los momentos más hermosos de mi vida profesional están allí en vuestros coles.<br />Gracias Candela por ser como eres y llevarme de tu mano cada mañana a tu cole.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-1322298036569149662010-05-24T13:14:00.002+02:002010-06-07T14:38:19.277+02:00¿Por qué quieres ser profesora?, por Cristina Holgado Fernández-¿Porqué quieres ser profesora?<br />-Quiero ser profesora...- le dije<br />-Para ayudar, para enseñar, para hacer creer que todos tenemos una oportunidad.<br />Ella es pequeña pero se que me comprende casi siempre. Calla, esa es la diferencia. Quizás porque está aprendiendo o quizás porque tiene menos desarrollado el acto de la comunicación. Pero son muchas las ocasiones que he comprobado hasta donde entiende.<br />-Imaginate un país donde la gente es muy pobre. Imaginate que los niños a las niñas de ese país pueden ir al colegio. Me gustaría que creyeran con fuerza en lo que llevan dentro o que conocieran sus posibilidades. Imaginate que esos niños y niñas de mayores son médicos y médicas, bomberos y bomberas, agricultores y agricultoras. Imaginate en esos niños y niñas siendo... ¿como te explicaría? alcaldes. ¿No crees que por haber sido pobres y conocer de primera mano los problemas de su poblado, pueblo o país, serán hombres y mujeres justos? Se sensibilizarán con todos los que pasan hambre y no tienen nada y repartirán. Harán un mundo más justo.<br />Ella callaba y asentía.<br />-Ahora, Irene, en los países más pobres no hay hombres y mujeres justos. <br />¿Ya sabes lo que podemos hacer desde el nuestro, no?-<br />Y su dulce vocecita dijo:<br />-Dar ropa a los niños pobres y no comprar en Disney, hombre. Porque los muñecos y las princesas las hacen niños pobres, hombre. Que no van al colegio, ni pueden jugar, ni nada de nada, hombre.<br />No pude evitar reírme por como expresaba su “cabreo” con la coletilla del “hombre”.<br />Decidí detenerme en ese punto. Entender el sistema en el que vivimos es más que difícil y sobre todo para una niña de 4 años. No quería atiborrarla de información y concluí con un simple:<br />-Por eso quiero ser profesora, Irene, para ayudar a creer.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-63469933139498220542010-04-16T23:53:00.001+02:002010-04-16T23:55:13.128+02:00Aprendiendo a ser maestro, por José María SánchezYo y muchos de los maestros que ejercemos en Aragón fuimos un día emigrantes. Nos marchamos a trabajar fuera porque aquí no había trabajo. Numerosos colegios de Cataluña, País Vasco, Canarias y Andalucía son testigos de nuestras andanzas, ilusiones y fatigas. Afortunadamente la mayoría pudimos volver a nuestra tierra, lugar que seguramente a muchos de nosotros no nos hubiera gustado abandonar. Otros siguen todavía por los lugares que les acogieron echando raíces allí. <br /><br />Mi caso puede ser algo diferente, me marché de mi pueblo, de la comarca del Moncayo, a estudiar Magisterio a Vitoria, porque allí vivía un hermano mayor, y viviendo con él, mis padres podrían afrontar el gasto que suponía ir a estudiar fuera, allá por el año 1971. Las circunstancias obligaban y no sabía muy bien que era lo que me esperaba, ni tampoco si me gustaba o no aquello de ser maestro.<br /><br />Reconozco que los primeros años fueron duros, con dieciocho años y en una sociedad más cerrada que la nuestra, me costó integrarme. Más de algún compañero me cerró puertas, pero no reblé y pasado más de un año, en el barrio en el que vivía, Ariznavarra, encontré en un grupo parroquial, aquellos amigos y amigas que anhelaba y que hoy todavía considero mis mejores amigos. Me integré a tope en el barrio, participé en numerosas actividades y campamentos de verano con niños. En su colegio hice las prácticas de maestro, que en mi plan duraban todo el año, lo que hizo que me uniera más a aquel entorno.<br /><br />En la Escuela de Magisterio las cosas me fueron bien desde el principio, sobre todo porque descubría cosas nuevas todos los días. No paraba de aprender. Era mi primera experiencia de enseñanza mixta, nunca había estado en clase con chicas. Aquello de la pedagogía tenía buena pinta y la psicología me interesaba cada vez más. La Escuela tenía sabía nueva, en su dirección había entrado Antonio Bernat, (profesor de la actual Facultad de Educación de Zaragoza) que fue mi profesor de Didáctica. Se había creado una forma de trabajo en pequeños grupos que hacía que pudiésemos trabajar en equipo lo más práctico de cada asignatura, y en gran grupo la parte teórica de cada área. Fueron años de trabajo, estudio e ilusión, con alguna huelga y paro y la aparición más de una vez de los “secretas” por allí.<br /><br />Mis primeras prácticas en la “aneja” fueron una gozada Ya no tenía ninguna duda aquello de la enseñanza me gustaba y sobre todo me ilusionaba. La experiencia del año de prácticas fue genial, pues aprendí lo bueno y lo malo de cada “profe” con el que conviví. Era el inicio de la E.G.B. El reto de enfrentarme a una clase de 47 niños/as no suponía ningún obstáculo, más al contrario me daba ánimos y veía que las cosas funcionaban y además se establecían unos lazos afectivos que en más de un caso tengo la suerte de poder mantener cuando viajo por Vitoria. Aquellas competiciones deportivas en las que participábamos los sábados me traen gratos recuerdos, como la final de fútbol infantil en Mendizorrotza del equipo que entrenaba.<br /><br />Acabar los estudios y a trabajar de interino. La mayoría de nosotros encontró trabajo, y en pocos años nos vimos trabajando de maestros en diferentes pueblos de Álava. Yo, al cabo de un par de años en tres colegios diferentes y de realizar la “mili” en San Gregorio (Zaragoza), recalé en Llodio un pueblo grande con cinco colegios públicos a tope de niños y con una mayoría de jóvenes maestros que destilábamos ilusión y ganas de hacer efectiva en la escuela, la renovación que se estaba produciendo en la sociedad. A finales de ese año se aprobó la Constitución. Recuerdo las interminables charlas, debates y asambleas sindicales de aquellos años y los grandes amigos que aún continúan. Fueron tres años magníficos. La escuela y nuestros alumnos eran el principal tema de conversación.<br /> <br />Después de un año en Manchester como profesor de conversación, en el conocí el sistema educativo inglés, del cual no quede prendado, ni mucho menos, llego a Vitoria y allí tengo una larga experiencia docente en el colegio público “Severo Ochoa”. No llego allí por casualidad, sino atraído por el trabajo y la experiencia de un equipo docente innovador e implicado en numerosos proyectos de centro y del barrio donde se ubicaba. Allí tuve la oportunidad de asumir responsabilidades en la dirección. Fueron años en los que aprendimos a acercar la escuela al barrio y al revés.<br /> <br />Asimismo viví la desaparición del centro por el proceso de euskaldunización y la llegada al mismo de una ikastola pública a la que me incorporé con varios compañeros, después de alcanzar el nivel exigido de la lengua. De aquellos cuatro años, en lo que a mi concierne, me quedo con la puesta en marcha del huerto escolar. Pero no veía dando clases de Conocimiento del Medio en euskera toda mi vida y además la aspiración familiar era volver a la tierra. Tarazona hubiera sido nuestra meta, pero el azar nos trajo a Zaragoza a un barrio nuevo el Actur, allá por el año 1997.<br /><br />Reconozco que fue un choque grande, aquí las cosas estaban bastante claras. El colegio al que llegué era mucho más grande, las decisiones te las daban casi hechas, los medios eran más limitados, casi no interesa el debate… Yo que soy algo tozudo, comencé haciendo interrogantes en voz alta, pero veo que no obtienen eco en la parroquia. La suerte me lleva a formar parte de un equipo de nivel (tres o cuatro personas) que creemos en el trabajo en equipo y en el que encuentro, poco a poco, como pez en el agua. En el fondo es creer que este trabajo de maestro te da la posibilidad de acompañar durante unos años a unos hombrecitos y mujercitas a descubrir el mundo, a conocerlo; a disfrutar de los juegos, los libros, las mates, el dibujo…; a conocer amigos y amigas; a respetarse ellos mismos , el entorno, los demás… Un proceso complejo, pero apasionante. <br /><br />En una palabra: ilusión. Sé que hay muchas cosas por mejorar, pero sigo teniendo esa ilusión que prendió en la escuela de Magisterio de Vitoria y que un compañero de Llodio al terminar una reunión de claustro puso en duda diciéndome una frase que aún hoy recuerdo: “Chaval, ya te harás mayor y cambiarás”. Yo entonces tenía 24 años y ahora con 56 creo que algo he cambiado, pero en lo fundamental sigo manteniendo esas ganas de aprender de todos los que me rodean, compañeros, alumnos, padres y amigos. Así pues, sigo aprendiendo cada día un poquito a ser maestro. Aunque para ser sincero, creo que nunca lo conseguiré del todo.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-18792084912347703572010-03-17T11:21:00.001+01:002010-03-17T11:42:37.037+01:00Transformar a través del conocimiento, por José Luis Aspas CutandaCorrían los tiempos oscuros de la España del siglo veinte, los que ahora, en el veintiuno, no nos atrevemos a recordar. Las nieves vestían de blanco las calles, los tejados, las montañas, los corrales. De la casa a la escuela unos cincuenta metros separaban la monotonía invernal de la morada familiar de la calidez de la estufa que entre unos y otros amamantábamos con los leños traídos. Compartíamos la forma de vestir (pantalones cortos, calcetines y zapatos, camisas blancas), el calor y la leche en polvo, los libros manoseados, las enseñanzas del maestro y, en sus momentos malos, los correazos y las collejas. Compartíamos los juegos y la regularidad de los días, la limpieza de la gorrinera, las cuaresmas con las guardias a los santos, las misas de los domingos y la endémica pobreza. De vez en cuando hacíamos excursiones que nos llevaban a unos tres kilómetros del pueblo. Imaginábamos que estábamos descubriendo el mundo. Formábamos parte de una penuria universal y estábamos a miles de kilómetros del otro conocimiento. En casa mi padre leía. Era un devorador de novelas y ensayos, libros de su madre maestra, mimados y sobados. Entre ellos libros publicados antes y durante la República que le hacían ser diferente y opinar desde el conocimiento sobre temas que parecían vedados. Yo no decidí estudiar. Fueron ellos, mis padres, los que, desde su carestía, decidieron que sus hijos habrían de ser formados para así caminar un poco más lejos de los tres kilómetros anuales. También hay que confesar que éramos la única familia que no tenía ni campos ni ganado, con lo cual los dos hermanos no podían heredar más que privaciones y el escaso trabajo remunerado en limpiezas de montes y caminos. A los diez años me desplazaba, incrédulo, entre las aulas del Ibáñez Martín. Con doce años ganaba dinero en los meses de verano echando la cadena a los pinos que luego se arrastraban y se sacaban de los bosques para ser recogidos por camiones y llevarlos a aserraderos. A los dieciséis quise dejar los estudios para montar un supermercado en el pueblo. Una vez más, entre otras muchas, mis padres lo impidieron. Así pues, no me quedó más remedio que elegir una carrera. Me gustaba la psicología, pero había que trasladarse a Valencia y ello suponía unos gastos bastante difíciles de cubrir. Me decidí por magisterio. Si con psicología pretendía aprender lo suficiente para modificar las sociedades conocidas (así de obstinado y radical era ya a mis diecisiete años) con magisterio podría hacer lo mismo desde abajo, con los niños y jóvenes. La sociedad tendría un futuro diferente creado a partir de las posibilidades de acceso al conocimiento, y yo asumiría un papel en esa misión. Evitaría los errores que cometieron mis maestros y profesores y participaría en la formación de una nueva sociedad. Fui un alumno inquieto y agitador en la Escuela de Magisterio. Recorrí la provincia de Teruel trabajando en escuelas unitarias y, una vez, estuve en un centro ´”grande” en Cantavieja. Al ponerse en marcha los programas de alfabetización y educación compensatoria me introduje en ellos, afirmando que la formación de las familias facilitaría el aprendizaje de los hijos. Desde el año ochenta y cinco del siglo pasado he trabajado en educación permanente, favoreciendo el acceso a la formación de las personas adultas, trabajando metodologías de investigación acción participativa y aprendizaje cooperativo, motivando y creando necesidades formativas, involucrando a los entes sociales y a las personas que en ellos trabajan, intentando transformar a través del saber transmitido por la experiencia, aspirando a que las personas con las que trabajo sean más libres, comprometidas y competentes.<br /><br /><br />Aún hoy, veintisiete años después de ser maestro, sigo pensando que la educación, la formación y el aprendizaje son indispensables en esta sociedad y sirven para perfeccionarla, que la unión entre instituciones favorece la innovación, que seguimos teniendo defectos coyunturales que pueden remendarse a través de la enseñanza y que, sobre todo, debemos cultivar la democracia y transmitirla a los ciudadanos y ciudadanas en su más amplia concepción. Se lo debemos a nuestros hijos e hijas.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-77638089268257521642010-03-05T15:34:00.001+01:002010-03-08T23:18:37.429+01:00Del ejercicio a la vocación, por José Mª Satué SanrománUna de mis primeras vivencias, cuando apenas tenía 5 años y en plena posguerra, era ver a don Marcos recostado en la cadiera de mi casa, rasgando las cuerdas de su vieja guitarra. En cuanto salía de la escuela, tanto al mediodía como a la tarde, iba directo hacia su rincón preferido del hogar en busca de su amiga predilecta, la guitarra. Entre tonos y sonidos rítmicos canturreaba y le hablaba, como si de una persona se tratase. Yo le observaba sin perder detalle desde la otra cadiera, produciéndose en mi interior cierto desconcierto: no me concordaba bien lo que contaban de él los chicos mayores, con lo que veía en casa. Hablaban de castigos a los que se portaban mal o no se sabían las lecciones, desde ponerse de rodillas con los brazos en cruz a quedarse en la clase sin recreo, copiar cien veces una frase o estudiar de espaldas en un rincón…, alarmando a los pequeños.<br />Un día don Marcos le propuso a mi madre:<br />-Señora Julia, ¿cómo no manda a este chico a la escuela?, estará entretenido y algo aprenderá…, aunque no tenga la edad, podemos hacer una excepción, que para eso me dan hospedaje.<br />Me resistí cuanto pude, pero al final cedí a los deseos de mi madre. Y así fue cómo un día de primavera del año mil novecientos… traspasé por primera vez el umbral de la escuela de mi pueblo, de la mano de mi hermano mayor. Hasta entonces sólo la había visto desde fuera, desde la pequeña plazuela, y la consideraba como un espacio donde iban los niños a estudiar, a aprender cosas, también a jugar; un lugar donde había que portarse bien para no recibir ningún castigo. ¡Jamás soñé que algún día, en algún lugar, sería el responsable de la escuela!<br />Al llegar a la clase me quedé de pie, frente al maestro, que me mandó sentar en el extremo de una mesa alargada con los más pequeños, de más de 6 años. Allí me quedé con los brazos cruzados, callado y quieto como una estatua. Me faltaban ojos para escudriñar cada pared, cada rincón de la clase, sin perder de vista a don Marcos. Éste explicaba las lecciones a los niños, les mandaba ejercicios, les preguntaba, les mandaba leer en voz alta, gritaba a los que hablaban, golpeando, a veces, con su regla de madera sobre la mesa… «Toma este libro, mira los ‘santos’, que si no te aburrirás», me dijo a media mañana. Al segundo día ya me dio la cartilla «Rayas», para que fuese mirando los dibujos, y un cuaderno a medio usar, para que ensayase mis primeros garabatos. En cuanto cumplí los 6 años las cosas cambiaron: me mandó colocar en la fila para leer en la primera página de la cartilla, luego hice muestras de las vocales y números, dibujar, etc. Así transcurrieron mis primeros años en la escuela.<br />Cuando se marchó don Marcos, el pueblo contrató a Antonio, hijo del cartero de Bergua, como persona idónea, que permaneció durante un curso. Tenía obsesión por las cuentas, los dictados y la buena letra.<br />Seguiría doña Herminia, una señora mayor, que pasó sin pena ni gloria unos meses. Más tarde llegó Carmen, una maestra joven de Huesca, recién estrenada en la profesión, que ejerció un par de cursos de forma interina. Nos obligaba a aprender las lecciones ‘al pie de la letra’. <br />Y por fin, doña Rosario, una andaluza que no había visto jamás la nieve y que llegó un 8 de enero con una nevada impresionante. La hospedamos en nuestra casa, ya que éramos tres hermanos en edad escolar. Era muy comprensiva y se integró muy bien en el pueblo, como una vecina más. Un día le sugirió a mi padre: «Este chico vale para estudiar».<br />Y como la economía rural andaba ya en crisis y se vislumbraba que, a no mucho tardar, habría que buscar nuevos horizontes para todos, mis padres me enviaron a Huesca. Allí me matriculé en la conocida academia de don Emilio Castelar, que me preparó del bachillerato por enseñanza libre, conjugando el estudio con un trabajo a tiempo parcial en una oficina de seguros, con el fin de no resultar tan oneroso para la casa. Después ingresaría en la Escuela Normal para realizar los estudios de Magisterio, la única carrera que se podía cursar en Huesca en aquellos años. El objetivo era graduarme para empezar a trabajar e independizarme cuanto antes. <br />A lo largo de tres cursos en la Normal nos dieron muchos conocimientos teóricos, de todas las materias (incluidas Pedagogía e Historia de la Pedagogía), unas nociones de música, caligrafía y unas manualidades. Había una asignatura, llamada Prácticas de Enseñanza, que curiosamente era sólo teórica. Así que lo único útil para la profesión fueron las escasas prácticas que hicimos con los maestros de la Escuela Aneja.<br />Con el título en el bolsillo, tras aprobar unas oposiciones, llegó el primer destino en una escuela unitaria del medio rural. ¡Me iba a estrenar en una unitaria! Al tomar posesión me vinieron a la memoria todas las vivencias con mis maestros de la infancia, con sus diferentes formas de actuar; algunas ideas teóricas de los grandes pedagogos; más unas ligeras pinceladas captadas en las breves prácticas. Andaba preocupado por mi incompleto bagaje, muchos conocimientos teóricos, pero insuficiente metodología práctica. Eso sí, mi maleta iba repleta de ilusiones, sueños y ganas de trabajar.<br />Por propia intuición y sentido práctico, fui organizando y agrupando a los alumnos en distintos niveles, por sus saberes y aptitudes, más que por la edad (6 a 14 años), con el fin de rentabilizar el esfuerzo. Enseguida me di cuenta que cada niño era un mundo diferente, una realidad distinta, por tanto había que personalizar los procedimientos y las programaciones. Con el ejercicio cotidiano, cada vez me desenvolvía con mayor soltura, ensayaba métodos más prácticos para alcanzar los objetivos. El aprendizaje era mutuo: los niños iban asimilando conceptos, corrigiendo actitudes, mientras yo amasaba una experiencia práctica, que no había adquirido en los planes de estudios de la Normal. <br />En poco tiempo me di cuenta de la importancia de esta profesión, no comparable a ninguna otra, por la responsabilidad que entraña y los alicientes que tiene: trabajar con seres humanos, educarles, enseñarles…, para que un día sean capaces de desenvolverse en la vida. Me esforzaba por desempeñar con dignidad los distintos papeles (de padre, hermano, confidente, consejero, educador, ¡maestro!), no a interpretarlos como un actor, sino a sentirlos y compartirlos con los alumnos. Traté de convencerles con razonamientos, no con simples imposiciones; de mostrarles el valor de la observación como medio de aprendizaje; de hacerles ver que en la cultura está la verdadera libertad.<br />Al final de mi vida profesional, tras casi 40 años de ejercicio, haciendo balance, me doy cuenta de lo maravillosa que ha sido, de las satisfacciones que me ha dado. Aprecio las cosas que me han ayudado a desempeñarla, como un sedimento formado por los valores que me inculcaron en la familia, mis propios maestros, los estudios y, por encima de todo, la práctica diaria con los alumnos, conjugando todo ello con mis condiciones innatas.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-74978748538899891682010-02-25T11:44:00.001+01:002010-03-08T23:19:37.326+01:00Aprender a aprender, por Ana BrunedNo soy docente profesional. Ni vocacional. Es más, cuando veía a mis profesores impartiendo su asignatura me parecía un acto heroico el hecho de que se plantaran delante de un puñado de personas y fueran capaces de hablar, de hacerse respetar y de hacerse comprender.<br />Llevo desde el año 87 (con alguna interrupción) impartiendo clases de caracterización teatral. Lo que en principio fue una tortura se convirtió en una pasión, curso tras curso descubrí el placer de establecer conexión con los alumnos, un placer muy primitivo, el de ver cómo algo que desconocen y a veces desprecian, se convierte en fuente de satisfacción para algunos de ellos<br />Eso hizo que me formara como "formadora", y aprendí de forma oficial a dar clases. Ahora se ha convertido en una pasión, ya que mi trabajo habitual como profesional me encanta y poder transmitirlo a otras personal es muy gratificante.Y aprendo, cada día aprendo: me gusta la docencia porque es un ejercicio de intercambio, todo el mundo da, todo el mundo recibe: es generosa.<br />Mi meta no es que se conviertan en los mejores actores-caracterizadores. Mi meta es que aprendan a aprender: la observación, la curiosidad, la lógica y la intuición como base para la actitud de aprendizaje, una actitud vital. Y cada año tengo maravillosas sorpresas.<br />La docencia ha empapado tanto mi vida que ahora cuando estoy desarrollando mi trabajo como profesional en cuanto noto curiosidad tiendo a explicarlo todo.<br />Y a pesar de las trabas burocráticas (reducción de horarios, presupuestos...), no me voy a bajar de este burro a no ser que me empujen.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-23126852990457561242010-02-21T19:52:00.001+01:002010-03-08T23:21:23.714+01:00De mayor quiero ser profesora, por Candela RivasF.R. –Oye Candela, una cosa te quería preguntar, ayer dijiste en casa de Nataly que tú de mayor querías ser...<br />C.R. -Mamá y profesora.<br />F.R. -Y lo de profesora..., ¿por qué te gustaría ser profesora, qué te gusta de ser profesora?<br />C.R. –Eh...., porque me gusta mandar y poner castigados..., no, no, eso no.<br />F.R. – Porque a ti, de las profesoras que conoces ¿qué te gusta más?<br />C.R. –Enseñar, tener niños, todo.<br />F.R. –Lo que menos te gusta de ser profesora ¿qué será?<br />C.R. –No ser profesora.<br />F.R. -¿Y lo que más?<br />C.R. –Todo.<br />F.R. -¿Y qué habrá que hacer para hacerse profesor o profesora?<br />C.R. –Aprender.<br />F.R. - ¿Tú crees que las profesoras se lo pasan bien siendo profesoras?<br />C.R. – Por eso lo son.<br />F.R. -¿Algo quieres decir más de las profesoras que no hayamos dicho?<br />C.R. –Pues que me dice una profe..., mi profe no, una que es de todos que se llama Esther, que no podemos correr en el pasillo.<br />F.R. -¿Y qué pasa con eso?<br />C.R. -Que si corremos no nos dejará ir por el pasillo. No, sí que nos dejará, digo que no nos dejará ir a beber agua ni a hacer pis. ¡Ah!, y otra cosa de mi colegio que es muy chuli, muy chuli, muy chuli, muy gracioso. Pues que dice mi profe Salomé que Abdu, José y todos..., pues que si no confía en nosotros y vamos al baño sin hacer nada que no se puede hacer pues..., ahora viene lo gracioso, ¡te vas a matar! (por morir), pues que Salomé no nos dejará ir al baño y que si tenemos pis, ¡ala!, nos meamos encima (risas). Eso.<br />F.R. –Pues muchas gracias.<br />C.R –Más cosas.<br />F.R. –Si te apetece contar algo más de tus profesoras o de lo que es enseñar...<br />C.R. –Si, pues que yo voy a religión católica (muchas risas), y tengo ya seis años y voy a Primaria (más risas).<br /><br />Las preguntas y la trascripción las hizo el padre de Candela. Entre paréntesis van algunas notas aclaratorias.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-80913125607342402982010-02-15T11:55:00.002+01:002010-03-08T23:21:57.000+01:00Cuatro fuentes de sabiduría, por Manuela Beltrán Lallana<strong>Cuatro fuentes de sabiduría: mis tres maestras y mi madre</strong><br /><br />Yo nací en el 46, por lo que pertenezco a la generación de la posguerra, años en los que a la escuela se le daba poco valor y todavía menos si eras mujer. Mi madre no tuvo la oportunidad aprender a leer ni escribir y eso le angustiaba, quería que sus tres hijas aprovechásemos las enseñanzas de la escuela porque «al que sabe le engañan menos» y cuando regresábamos por la tarde, suspiraba y nos decía «qué triste es no saber» entonces, como niñas, no la entendíamos, luego, en la madurez descubrí que era una mujer muy sabia.<br />En 1954 nos marchamos a vivir a Zaragoza, nos instalamos en un barrio obrero que tenía dos escuelas nacionales, mis padres nos apuntaron en la denominada «Juan José Lorente», me integré fácilmente pues siempre me ha gustado jugar y aprender. Recuerdo que nos dividían por secciones, los primeros puestos de la primera sección los ocupaban las chicas que le hacían mejores regalos a la señorita porque la economía familiar se lo permitía, la mayoría llevábamos una peseta que ahorraban nuestros padres con mucho esfuerzo, ellas, un duro. Recuerdo los castigos de rodillas, con los brazos en cruz, el chasquido al chocar con fuerza la regla contra la mano abierta… «la letra con sangre entra» era la frase que más les gustaba repetir. <br />Yo de pequeña también soñaba con ser maestra por una única razón: «para pegarles a los chicos». <br />De los 12 a los 14 años me cambiaron de clase, fue un cambio radical, la maestra se llamaba Simona, Doña Simona, como olvidar su nombre, una mujer soltera, mayor y cuyas enseñanzas no sólo no las he olvidado sino que me han acompañado toda mi vida, persona justa y buena donde las haya. Por la mañana hacíamos la escuela tradicional pero con una gran diferencia, nunca nos pegaba, nos preguntaba la lección, si nos la sabíamos, nos daba un vale de 10 puntos, por un dictado sin faltas de ortografía, otro vale de 8 puntos… así hasta finalizar el mes, entonces hacíamos el recuento y según la puntuación obtenida, ocupábamos el lugar correspondiente, y ahora, era ella quien nos obsequiaba a todas y cada una de nosotras con un tebeo de la colección Azucena porque «todo esfuerzo merece una recompensa». Este sistema de vales nos animaba a esforzarnos y, sin saberlo nosotras, nos enseñaba a cuidar las cosas porque también puntuaba la pulcritud, el orden y el cuidado de los vales. En el recreo, cuando observaba que nos reíamos o burlábamos de alguna compañera, en un tono suave pero firme nos hacía comprender que le hacíamos mucho daño, nos preguntaba: “¿os gustaría que os lo hiciesen a vosotras? Pues, lo que no queráis para vosotras, no lo queráis para los demás y seguía sin pegarnos ni castigarnos, no le hacía falta, las palabras, a veces, hacen más daño o, en este caso, enseñan más, que un golpe.<br />Por la tarde, en las otras clases las niñas bordaban, nosotras no. Doña Simona nos enseñaba a hacer dobladillos, ojales, a zurzir, a echar pedazos, algo de corte y confección…, es decir, cosas que nos servirían en nuestro futuro, porque como mujeres, nuestro futuro era el matrimonio.<br />La dirección del colegio le llamó más de una vez la atención porque se saltaba las normas y ella siempre contestaba: «todo es enseñar». Yo ahora la recuerdo como una mujer muy adelantada para su época, buena persona y extraordinaria maestra.<br />Con 38 años volví a la escuela, a CODEF, un centro obrero para personas adultas, ya vivíamos en democracia y por primera vez tuve un maestro en lugar de maestra. Sin embargo fue otra mujer, otra maestra, la que despertó en mí las inquietudes dormidas, Pilar, con ella me saqué el graduado escolar, acudía puntual e ilusionada a las clases nocturnas teniendo ya una familia a mi cargo y cansada, muchos días, del trabajo agotador en la fábrica. Ella me abrió un mundo cultural muy amplio y casi desconocido para mí: cine, conciertos, teatro, conferencias y libros, muchos libros, gracias a ella amplíe mis conocimientos culturales, sociales y humanos, gracias a su entusiasmo y entrega.<br />Y así entré en este mundo atrayente y apasionante que, para mí, es la educación de personas adultas; no sé que es lo que tiene pero las que vamos a estas clases ya no sabemos vivir sin ellas. A los 52 años regresé de nuevo a la escuela de mi pueblo, Morata de Jiloca, pueblo querido que abandoné en mi infancia, y de nuevo, en mi madurez, una maestra joven, María Jesús, me hizo creer en mí y en mis posibilidades, y me guió por el fascinante mundo de la creación literaria, que me atrapó y en el que me siento ilusionada, sin grandes pretensiones, solo el placer de escribir, de contar, de que alguien lea lo que yo escribo igual que yo toda mi vida he leído las historias de otros. <br />Dicen que felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace, me sirve igual para aplicarlo tanto a los maestros y profesores como a los alumnos. Cada día observo atónita como ha cambiado la educación en apenas 50 años como hemos pasado de maestros que pegaban y humillaban casi rallando el sadismo a los alumnos, a alumnos que golpean y desprecian a los maestros, afortunadamente son una minoría, pero ahí están, algo falla en esta sociedad. <br />Mi experiencia me ha enseñado que la educación se aprende en casa y la cultura en la escuela, me da mucha pena que los chicos y chicas de hoy en día no aprovechen las oportunidades que se les ofrece y que a mi generación nos negaron.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-19708947100955955832010-02-14T09:41:00.001+01:002010-03-08T23:22:22.714+01:00Maestro, ¡aprendame!, por Agustín Sanz VituriMedia docena de años después de nacer, tenía claro que no iba a ser maestro. No me veía tirando de las orejas de pequeños mocosos en pantalones cortos remendados, ni calentando las frías palmas de sus manos a base de regletazos. Había que ser muy listo para saber tantas tablas de memoria, los ríos y sus afluentes y utilizar una caligrafía perfecta. Yo prefería esperar que vinieran las ovejas cuando anochecía a hacer los perpetuos deberes en la cocina de mi casa, con los pies mojados sobre un ladrillo caliente y sin parar de borrar con la miga del pan. Me avergonzaba tener que llevarle al maestro alguna de las primeras morcillas del matapuerco, y unas gueñas. En mi pueblo, los hombres se dedicaban al campo y a la mina; eran altos y fuertes.<br />Pasó el tiempo y empezó a no gustarme tanto el campo: a veces tosía por el tamo de la era, otro día se me cayó el macho acarreando y cuando mordía una patata, arrancándolas, solía caerme un buen pescozón. Mi padre tosía de la mina, se repetían las noches preparando el carburo para el candil, los madrugones y ya no cantaba como antes.<br />No sé si se llama vocación. En mi casa, empezó a gustarme leer un periódico que se llamaba Alba (promoción cultural de adultos). Una página se dedicaba a la mujer: cómo hacer una chaqueta de ganchillo o cocinar unos guisantes; “Nuestra España es así” te llevaba de viaje por Baeza o Guadalajara, había consejos médicos, hechos y conductas ejemplares, lecciones de inglés y hasta educación vial. Sin embargo, lo que más me sorprendía era la página dedicada a actividades de alfabetización y a las historias en las que te sumergía.<br />Estudié magisterio, pero la necesidad en casa me llevó a la mina. La cuadrilla, en el tajo, me llamaba «maestro» (diptongada) y no paraba de poner a prueba la ingente sabiduría que debía yo acumular bajo el casco que alumbraba los hastiales: que si cuántos metros tenía Torrecerredo, que si qué habitantes llegó a tener Villanueva del Río, lo que me darán este año por las cebadas…Definitivamente no quería ser maestro, aquello martilleaba más en mi cabeza que los mismos barrenos en la piedra. <br />Esto pasaba en el Pozo del Pilar. Meses más tarde nos destinaron a unos cuantos a la Mina Sur y allí trabajé con unos paquistaníes que habían llegado como carrilanos. En los ratos del almuerzo, cuando detonaba la pega, me preguntaban por palabras, escribíamos con tizones en las tablas de entibar o en la caja de la dinamita. Tenían tanto interés y yo tanta ilusión que empecé a dar clases de español a esos cachemiros, por la noche, en una casa vieja en la que vivía unos de ellos.<br />Ahora llevo veinticinco años dando clases de español y actividades de alfabetización. Esto no creo que sea vocación, debe ser obligación. Es muy satisfactorio, nadie me pregunta si Fernando le era infiel a Isabel o los kilómetros que tiene de largo el Ebro. Vamos al grano. Una gitana de nuestras aulas solía decir “maestro, ¡apréndame!” (no decía ¡enséñeme!). Me di cuenta de que ya no era tan importante saber todas las cosas del mundo. Lo esencial radica en que nuestros alumnos aprendan, no lo que nosotros sepamos, porque los protagonistas de nuestras historias deben de ser ellos. En esta maravillosa profesión he aprendido mucho, he tenido sabios, auténticos maestros de la vida, seres humanos enormes, mal llamados analfabetos. Alguna de nuestras alumnas escribe con mano temblorosa, ya nunca memorizará las tablas de multiplicar, pero su mirada es infinita en asuntos del saber. Si un día te detienes y la escuchas, oirás un reguero inagotable de vida; a veces, derrama una lágrima y te habla de aquella escuela que ella no tuvo. Y sientes una enorme gratitud inmerecida.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-537799824568411696.post-19991843513606027182010-02-12T13:35:00.002+01:002010-06-17T06:14:53.196+02:00Soñar desde un armario, por Encarnita VisúsDesde siempre la costura ha sido sinónimo de tortura entre mis manos. La clase de labores solo tenía de gratificante para mí dos cosas: las lecturas en voz alta que solían acompañar a las tediosas vainicas, y el agradable, aunque esporádico, refugio de un armario. Estaba en la misma clase, era bajito y corrido, sembrado de mundillos, de bolsas de bolillos, de cajas y de polvo. Sin embargo, durante una hora se transformaba en mi oculto paraíso. No solo por escapar un rato de la obstinada aguja empeñada en atravesar la tela a su antojo, sino porque la oscuridad y angostura del espacio se me antojaba cálida y me invitaba a soñar, a soñar que dibujaba mi futuro.<br />Y era fácil, porque para diseñarlo todo lo tenía cerca: tras la puerta del armario estaban el escenario -la escuela- y las maestras que eran las heroínas de mi cuento.<br />Acariciaba la idea de parecerme a ellas y de conocer el valor que escondían sus palabras, sus actitudes y sus gestos: el que ocultaba esa mal disimulada sonrisa cuando entre las páginas del libro aparecía la leyenda Virgen santa, Virgen pura, haz que me aprueben esta asignatura, el de su entusiasmo, el cómo hacían para saber tantas cosas y cómo conseguían provocar nuestra curiosidad una y mil veces.<br />Pero, tocaba el timbre, y con él se acababa el tiempo y volvía de lleno a la orilla de la infancia. Eso sí, siempre quedaba algo detrás de cada sueño: el firme empeño de estudiar, como mi hermana, en la Escuela Normal de Magisterio de mi ciudad (Huesca), que desde a mediados del siglo XIX había estado asumiendo el papel de guiar a generaciones de docentes en el arte de educar; y la creciente voluntad de aceptar el reto de no separarme nunca de la Escuela: yo quería ser maestra.<br />Poco a poco fui llenando mi maleta con ideas, contenidos, proyectos entrelazados y todo aquello que parecía imprescindible para cumplir ese deseo.<br />Y, por fin, el futuro se abrió paso y llegó el momento deseado y temido de mi primer destino, la Escuela Unitaria de Siresa, a la que más tarde seguirían otras.<br />Ya inmersa en la realidad escolar, sentí de pronto que mi equipaje no era tan abundante como yo pensaba y que siempre habría algo impredecible en ese viaje. Tuve que superar algunos miedos e inseguridades hasta convencerme de que debía y podía afrontar la responsabilidad de facilitar a los alumnos su propia búsqueda en el camino de la vida.<br />Yo sabía algunas cosas: que educar era despertar en el alumnado el deseo de aprender, provocar en él una mirada abierta al mundo en el que vivimos, proporcionarle las herramientas para desenvolverse en él, y hasta algo tan pretencioso como enseñarle a ser y a pensar.<br />Pero este oficio nuestro guarda múltiples e inagotables secretos que descubres día a día y que surgen, a menudo, de las pequeñas cosas del discurrir cotidiano. Cuando, ya no tan joven, entré una mañana en el aula vestida con unas mallas modernitas, y una niña (Raquel) me preguntó sorprendida: ¿Po qué tu mare pijama?, asumí que los niños no solo son receptores de tus conocimientos, colaboradores en tu continua formación, o el espejo de tu propia imagen y de tu particular hacer, cosa que no ignoraba; son, también, tu alter ego, y hasta la voz de tu conciencia. Huelga decir, que no volví a ponerme las dichosas mallas.<br />Intuitiva y sencillamente ellos expresan su parecer y te juzgan siempre, incorporando tu ejemplo a su propio crecimiento, lo que conlleva un fuerte compromiso. Con ellos y de ellos aprendes, eres consciente de la importancia que tiene proporcionarles una respuesta sincera, una mirada o una sonrisa; entiendes que no existen fórmulas mágicas ni universales, que cada niño y cada niña es único y valioso, y que la práctica docente es, en gran parte, experimental e imaginativa.<br />Hoy, que ya han transcurrido seis meses desde mi jubilación, con la claridad y objetividad que se supone de la distancia, sé que he disfrutado de la profesión fascinante y difícil con la que un día soñé desde la complicidad de aquel armario: sí, yo quería ser maestra.Víctor Juanhttp://www.blogger.com/profile/17349280737995688824noreply@blogger.com0