sábado, 9 de enero de 2010

Carta a mi esposa. Maestra rural, por Tomás Rillo

“Cien veces la miraste, ninguna la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de tí!
(La maestra rural. De Gabriela Mistral)


Querida Mamen,
hace tiempo que dejé de preguntarte y de preguntarme por qué preferías ser maestra rural en vez de estar en un colegio de Zaragoza donde vivimos. Al principio, ya sabes que me costó un poco comprender tu decisión; y más viendo que tus compañeras y amigas concursaban para estar cada vez más cerca de su casa. Pero sobre todo, porque tu decisión hacía más difícil todavía, lo que ya en sí es complicado para un matrimonio con hijos pequeños, el compaginar horarios laborales y horarios escolares.

Casi sin darnos cuenta, han pasado veinte años de maestra rural, por vocación y elección. Gustando madrugadas otoñales de cielos rojizos y atardeceres de vuelta a casa con el capó del coche salpicado de hojas secas de castaños, pinos, chopos y sabinas. Veinte inviernos de ventisca y nieve por caminos que cada mañana intentaban disuadirte para no llegar a la escuela. Pero también veinte primaveras cuajadas de almendros y cerezos en flor, de gorriones cantarines, de mariposas arco iris. Primaveras de niñas y niños recién peinados, con olor a colonia, que en alborotado griterío te esperan cada mañana en la puerta de la escuela de su pueblo.

¡Ahí sigues! En un pueblo que el único futuro que tiene son las niñas y los niños de su escuela. Curso tras curso, invisible para la mayoría de unos padres que ignoran que en sus hijos hay más de tí que de ellos mismos. Día tras día, entregada a tus alumnos, desarrollando sus capacidades, suscitando inquietudes, respondiendo a sus curiosidades.
Te gusta seguir ahí, seducida por esos niños que te hablan de ovejas, de un ternero que nació ayer al atardecer, del nido que descubrieron entre las ramas de un chopo, de las grullas que viajan hacia la laguna de Gallocanta. Disfrutas viendo cómo muchas tardes se acercan a la escuela los alumnos que ya van al instituto de la ciudad. Tú y tu pequeña-gran escuela rural, intercultural, interracial.

De regreso a casa, otros intentan desconectar del trabajo, pero tú tienes la habilidad de conectarnos a todos con ese niño que hoy tiene la gripe, con la problemática de esa otra niña llegada hace poco desde Gambia, con lo preparación del carnaval o el festival de Navidad, con las fotos de la primera nevada en el patio de recreo... Nuestra casa se ha convertido ya en una prolongación de la escuela, casi diría que tenemos la escuela dentro de casa y que todos formamos una gran familia de la que tú eres la artífice.

Cada mañana, cuando coges el coche, nos dejas con el alma en vilo a tus hijos y a mí, pero sabes que cuentas con nuestra complicidad, y también con nuestra paciencia porque siempre te olvidas del reloj. Nunca entendimos por qué dicen que las maestras tienen muchas vacaciones, tú siempre has estado liada con reuniones, cursos, la licenciatura, las clases en la facultad de educación, las tutorías, los email de los alumnos, la semana blanca, los intercambios de verano, los hermanamientos con otras escuelas rurales lejanas ...
Te sobran más de cien razones para ser maestra. Nos sentimos orgullosos de ti, eres nuestra «maestrica de pueblo» … y mucho más. Y eres feliz. Gracias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosa misiva me sentí muy identificada, pues alguna vez fui maestra rural.Que hermosa profesión la que escogi