jueves, 17 de junio de 2010

Una maestra, por Mª Carmen Tornadijo Merino

Ahora que me acerco a la edad de la jubilación, llevo 35 años de maestra, me pongo a reflexionar sobre cuándo y por qué quise dedicarme a la enseñanza.
Ciertamente, no tengo idea de tomar la decisión en un momento determinado, pero sí me recuerdo desde muy pequeña “enseñando a mis muñecas”. Las colocaba en fila y me encantaba mostrarles los dibujos de mis cuentos, o contarles historias fantásticas de princesas, que unas veces las inventaba muy dichosas, rodeadas de lujo y otras veces las había muy desgraciadas; aunque siempre elegía finales felices para que mis “alumnos-as” (había también algún muñeco) quisieran volver otro día a escuchar mis relatos. Yo estaba encantada viéndoles disfrutar con la mirada atenta, sin pestañear, aprendiendo todo lo que les enseñaba; parecían no cansarse nunca, sin una queja, sin un gesto de enfado ni de contrariedad. Mi éxito era total, garantizado.
También recuerdo la admiración que sentía por los docentes, estaba convencida de que esas personas lo sabían todo de todas las materias y de todas las artes: matemáticas, lengua, geografía, historia, e incluso las maestras hacían unas “labores” de costura preciosas: bordaban sábanas, mantelerías, adornos…
Desde mi primer día de trabajo, ya experimenté la diferencia que había entre mis juegos de niñez y la realidad al tratar con chicos y chicas que tenían capacidad de reaccionar ente mis sugerencias. En ocasiones respondían con agrado y otras con protestas o indiferencia. A pesar de mi interés, no siempre mi esfuerzo se veía recompensado. Por ello he tenido que adaptarme con frecuencia a cambios y a imprevistos.
Así mismo comprobé qué equivocada estaba al suponer que por tener el título de maestra ya poseía todo el conocimiento que guardaban los libros, enciclopedias y diccionarios que desde siempre me llamaron la atención. ¡Cuántas veces he tenido que reconocer que no sabía dar respuesta a la pregunta que me han cuestionado alumnos-as de cualquier edad! ¡Cuántas veces me habré equivocado al querer resolver un problema, que se me ha resistido!
Pero algo ha permanecido constante en mi quehacer diario: terminar la jornada con un final feliz para que al día siguiente el alumnado y yo nos encontremos con la alegría de retomar la historia que dejamos iniciada ayer.
Han pasado muchos años y sigo deseando jugar cada día con las muñecas y muñecos. Ahora son ellos los que me cuentan las historias más bonitas. Lo pasamos muy bien. Reímos, cantamos, nos emocionamos y hasta aprendemos. Me han enseñado que es muy importante que haya armonía en un grupo. Procuramos no molestarnos porque hemos decidido que si alguien incordia se va al cajón de los juguetes rotos y es muy aburrido.
A pesar de haber tenido contratiempos y dificultades, nunca he pensado que me he equivocado al elegir mi profesión.

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