miércoles, 13 de enero de 2010

«No nos hagas escribir, que no nos gusta», por María Jesús Sánchez Gormaz

Desde pequeños en casa mi madre nos inculcó a los tres hermanos la «obligación» de estudiar y de leer. Recuerdo que a mi me gustaba mucho leer por la noche y mi madre al ver en mi cuarto la luz encendida tenía que repetir varias veces “¿quieres apagar ya y dejarlo para mañana?... Una de esas lecturas contaba que la gente del Tibet, cree que un niño no viene al mundo hasta que está en el cielo la estrella bajo la que ha de nacer porque su destino está escrito en ella. Esta es la razón que le hubiese dado a Victor Juan si hubiese sido mi profesor y me hubiese preguntado cuando tenía 18 años por qué quería ser maestra, todavía hoy no encuentro otra razón mejor.

Estudié Magisterio en Zaragoza y al terminar me dediqué a diferentes actividades, dí algunas clases particulares… pero al cumplir los treinta, el día que acompañé por primera vez a mi hija Elena al colegio y al volver a casa con esa mezcla de desasosiego, abandono, soledad y libertad, encendí la radio para intentar evadirme de mis propios pensamientos y me llamó la atención unos cursos que se impartían en el Centro de Educación de Personas Adultas “Marco Valerio Marcial” de Calatayud, me matriculé en uno de ellos y antes de terminar y en el mismo Centro tuve la oportunidad de ejercer por primera vez la profesión de maestra.
A esta primera sustitución siguieron otras hasta que en 1999 el municipio de Morata de Jiloca (unos 300 habitantes) vía convenio con DPZ, ofertó una plaza de Educador de Personas Adultas, media jornada compartida con Velilla de Jiloca (apenas 100 habitantes). Tuve una primera reunión con el alcalde de la localidad Miguel Langa, que todavía lo es, verdadero impulsor del Aula de Adultos, quería que, sin dejar a un lado a los jóvenes y a los inmigrantes, les prestase una mayor atención al colectivo de mujeres, en su mayoría amas de casa, pertenecientes a aquellas generaciones que crecieron en la posguerra y que por circunstancias sociales y personales no pudieron asistir a la escuela, personas a las que la enseñanza oficial había dejado un poco de lado y que hace décadas no gozaron de las mismas oportunidades.
Y allí estaba yo, a punto de cambiar de siglo, ante un grupo de mujeres muy heterogéneo, lo que seguramente dificultaría la labor de aprendizaje, que no querían dividirse en grupos, mujeres con conocimientos y capacidades aprendidos de su propia experiencia, mujeres bastante inseguras, muchas de ellas con baja autoestima debido a su falta de valoración personal, pero con unas ganas increíbles de abrir nuevos caminos en su rutina diaria y de conocer e implicarse en los acontecimientos sociales y culturales que sucedían a su alrededor.
“No nos hagas escribir, que no nos gusta, danos charlas y nos llevaremos bien”, una de ellas se erigió en portavoz del grupo, ya lo habían hablado con anterioridad. Y así empezamos, pero a mí aquello me sabía a poco y a ellas también, como no teníamos libros de texto que seguir me pregunté: ¿qué me gustaría aprender en una escuela si tuviese 60, 70, 80 ó 90 años? y empecé a elaborar unos cuadernillos muy sencillos que trataban de temas muy diversos: historia, arte, ortografía, consumo, memoria… con «puntitos» que había que rellenar, así podían ir todas a la par trabajando el mismo material y poco a poco aprendimos a conocernos, a respetarnos, a colaborar entre nosotras, a apoyarnos, a escucharnos y a valorarnos.

En el año 2002 nos llegó desde el Centro de Calatayud la convocatoria de un Concurso Literario de relato corto. La negativa a participar en él fue rotunda, entonces les recordé una frase de Camilo José Cela: «Para escribir solo hay que tener algo que decir» y les hice una pregunta muy simple: ¿es que no tenéis nada que decir?

Y así empezó para muchas el descubrimiento de una vocación frustrada, para otras la obligación de hacer en casa «la tarea» que mandaba la maestra, pero para todas, el gusto por la creación literaria. Sirva como ejemplo que en 2002 presentamos 18 relatos, de un total de 42, ganamos el primer premio y lo pongo en plural porque todas nos sentimos ganadoras; en 2003 presentamos 20 relatos, de un total de 39, ganamos el 4º premio; en 2004 presentamos 21 relatos, de un total de 42, obteniendo el primer y el tercer premio…. Ante los resultados de participación obtenidos y observando en clase cuántos testimonios de la vida de estas mujeres podían perderse, cuántos recuerdos necesitaban verse plasmados en letra, surgió la idea de crear un concurso local titulado «Concurso de Cartas de Amor y Amistad» y continuamos con nuestra masiva participación y ganando numerosos premios.
Han pasado ya bastantes años desde aquella primera toma de contacto y hemos descubierto asombrados que este grupo de mujeres, que aparentemente, se hallaba inmóvil y resignado, posee una potencialidad humana y una riqueza cultural extraordinaria.

En 2009 gracias a la publicación de ese libro hermoso titulado Hipocorísticos encontré 84 razones para continuar en este mundo, incomprendido quizás, por su desconocimiento pero apasionante y gratificante como es la educación de personas adultas, 18 de esas maravillosas razones me las ofrecieron mis alumnas.

Y aquí seguimos en 2010, con fuerzas renovadas, unas mujeres rurales excepcionales de tres localidades vecinas: Fuentes, Velilla y Morata de Jiloca, alumnas que acuden puntualmente y con verdadera ilusión a clase, que no buscan obtener un título, que se emocionan y entusiasman ante una palabra desconocida, mujeres luchadoras, incombustibles, que no se asustan ante los retos como pueden ser las nuevas tecnologías, ejemplo de tenacidad, de superación, de que en la vida: «Caer está permitido pero levantarse es obligatorio».

No hay comentarios: