viernes, 22 de enero de 2010

El repaso, María Pilar Clau Laborda

Cultivé mi experiencia como maestra en el teatro, en una academia de enseñanza, en mi casa y en las casas de mis alumnos. Me producía una alegría infinita observar cómo aprendían, cómo mejoraban día a día su capacidad para responder, para resolver y, sobre todo, cómo crecía su confianza en ellos mismos al tiempo que lo hacía el cariño mutuo. Todavía me emociona recordar cuánto me enseñaron.

Juan, un alumno de la academia, me pidió en una ocasión que fuese a hablar con su tutora del colegio. Me extrañó; lo natural era que ella se entrevistara con los padres del alumno y no con su profesora particular. Él insistió en que Berta, la tutora, quería verme a mí: el jueves a las seis de la tarde debía presentarme en su despacho.

Llegó el día y, a las seis menos diez, Juan y yo estábamos sentados en una antesala esperando a que Berta saliera a recibirnos. Él estaba nervioso; se levantaba, daba unos pasos, se sentaba… Yo también, aunque no me movía del asiento. ¿Por qué querría la tutora hablar conmigo? De pronto, Juan se acercó a mí:

-Pilar
-¿Qué pasa?
-Es que…
-¿Qué?
-Es que le he dicho que eres mi madre.

Yo tenía 21 años y Juan, 13. No creí que la tutora necesitara muchas explicaciones. Lo único que me importaba era no decepcionar a Juan; no destruir esa extraordinaria confianza que acababa de otorgarme. Valiosísimo regalo con que me agasajaba la vida.