miércoles, 27 de enero de 2010

Mis queridos monstruos, por Ybris

I
Ignoro qué extraño azar hizo que viniera a darnos clase de inglés en el Colegio. Quizás estuviera haciendo algún año sabático de intercambio o algún otro motivo del todo indiferente.
Era alemán, menudo, arrugado ya por el peso de los años y hablaba un correctísimo español. Se comentaba que era experto en idiomas antiguos y que dominaba más de treinta lenguas.
Profundo y distantísimo, hablaba en clase como quien desborda sin tener en cuenta su auditorio indiferente. Debía pensar que lo suyo era darse y lo demás no era cosa suya. Si le preguntaban contestaba sin mirar, como escarbando en su interior. Hasta que un día....

Alguien hizo un comentario sobre la inutilidad de las lenguas llamadas muertas en comparación con las vivas...

Entonces se transfiguró. Se volvió hacia todos. Levantó la vista como dolido de nuestra ignorancia, compadeciéndonos, y entonó, recitó, lloró, declamó, cantó, derramó con exquisito ritmo en griego clásico un párrafo completo de Homero.

¡Dios mío! ¡Qué bofetada aquella de aire fresco a mis catorce o quince años de decidida afición a la física! ¡Cómo algo ininteligible puede golpear tan profundamente! Algo por dentro se rompió con una herida que aún no ha cicatrizado.
Algo que, sobre el olvido de su paso, al cabo de los años jamás podré pagar sino tratando de llegarle a la sublime suela de sus zapatos con el peso enorme de lo inasequible.

II
No os lo vais a creer. Era mi profesor de religión -cuando era aún asignatura obligatoria y sin alternativa.
Le recuerdo con sus gafas de présbita milagrosamente apoyadas sobre el extremo exterior de su nariz mientras con su cana cabeza agachada y las pupilas aguzadas sobre el borde superior de la montura tronaba: “¡Señor G.! ¡Hoy le he pillado en calzoncillos! ¡Le planto un uno por majadero y sopazas!” Lo de sopazas nunca comprendí bien qué era excepto que era el sello de un suspenso seguro –siempre recuperable.
¿Que cómo me pudo impactar aquel huesudo anciano precisamente con esa odiada e incomprensible asignatura?
Pues porque en medio del horrendo libro de texto que a mis cortos años era capaz de decir, hablando de la vida de Jesús: “Cada día eran más aceradas sus diatribas contra los judíos”, él decía (en voz muy baja, como con miedo a que le oyeran): “Jesús era buena gente, pero, entonces como hoy, tuvo la mala suerte de estar rodeado de mucha gentuza”. O: “¿Cometer actos impuros? Pues como tirarse un pedo. Sólo hay que tener cuidado de no molestar a nadie”.
Ya era muy mayor y es de suponer que los restos que dejaran de él los inquisidores habrán seguido la senda (gracias Borges) de las rosas y Aristóteles.
Y que el Dios en quien creía le habrá dado un rincón acogedor por la insólita paz derramada en medio de tanta oscuridad como entintó nuestros ojos infantiles.


III

El de hoy es totalmente predecible.
Y, sin embargo, para mí el más difícil de todos porque todo el mundo le conoce y, sobre todo, porque me obliga a volver adonde no quería: a una etapa de mi vida que no quisiera recordar.
Pero una entrevista en El País a este monstruo inconmensurable me ha colocado entre la espada y la pared. Porque se lo debo.
Y es que esto me obliga a empezar con una confesión de algo que me avergüenza:
"Tengo un título que dice “Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales”.

O sea, justo en lo que menos sé, en lo que menos me gusta y en lo que me ha provocado la mayor crisis de mi anodina existencia. No podría explicarlo sin hablar de mí hasta el límite de mi capacidad de pudor. Y este ni es el momento ni tengo fuerzas para ello.

La Universidad es un ámbito extraño donde las relaciones personales con los profesores son muy difíciles (400 matriculados en mi curso) , máxime cuando uno pretende acabar, acabar y acabar para empezar muy lejos y con otros ojos.
A pesar de todo hay quien destaca por algo. Y tengo que reconocer que la asignatura de Estructura Económica era algo especial: el catedrático JOSÉ LUIS SAMPEDRO parecía dispuesto a estrellarse contra un muro haciendo de esa asignatura algo vivo: una denuncia contra las estructuras injustas y contra una Economía al servicio de unos pocos.
De eso pueden hablar todos y no podría añadir nada a lo que muchos harían bastante mejor que yo.
Pero lo mío con ese gran hombre es insólito.
En una ocasión manifestó su amor por escribir y que, para poder hacerlo a gusto, se levantaba todos los días a las cinco. Yo tomé nota y me dije: “Si alguna vez yo puedo ser yo, intentaré hacer lo mismo”.
Y en cuanto pude serlo lo hice. No utilizo despertador. Una extraña convocatoria, una terrible tozudez y una absoluta rebeldía me levantan dispuesto a vengarme de mí mismo. Y, podéis creerme, mi primer pensamiento inevitable del día es a ese hombre de quien el peor, con mucho, de sus pasados alumnos aprendió, no Estructura Económica, sino algo mucho más grande:
La fidelidad a sus propias limitaciones.

Desde aquí y con todos cuantos puedan y quieran leerme y a cuantos el azar traiga a mi gratitud brindo con mi recuerdo alzado desde mi rincón por este hombre inmenso.


IV

Seguiré su táctica:
Cerrad los ojos e imaginaos un vasco gigantesco –a lo alto y a lo ancho- con una sonrisa desmintiendo su apariencia de Caupolicán y con una enigmática frase en los labios cuando salía algo acerca de las hazañas de Franco: “No es eso. No es eso...”. Confesaba que estaba gordo porque se lo merecía. Porque era capaz de perder diez kilos haciendo ejercicio y tomando un baño turco después y recuperar luego quince mojando pan en la salsa de un buen guiso.
Digo que su táctica era la de hacer imaginar cosas con los ojos cerrados. “¡A ver! ¡Cerrad los ojos que vamos de viaje en barco por el Mediterráneo!” Y luego la aventura de tormentas en los estrechos, piratas en Sicilia, tesoros en islas del Egeo...
Era el más encantador mentiroso que vieron los siglos.
Contaba que cuando tenía que ganarse la vida de charlatán por el Rastro madrileño había llevado años escondida entre el tacón y el zapato una moneda de oro y que al sacarla estaba ya aplastada (ya se sabe: el oro es blando, dúctil y maleable), o que huido a las selvas amazónicas tras la represión franquista había sido hecho prisionero por los indios jíbaros que habrían de reducir su cabeza si no era capaz de levantar con una mano un ladrillo de oro (con densidad 19 g/cm3 pesaría unos 19 kg). Y aquí la angustia de los músculos tensos con dedos resbaladizos de sudor sobre el miedo irresistible, los amagos de caída, la sorpresa de los indios ante el triunfo final...

Quizás fuera un mentiroso, tuviera pies de barro como todos los ídolos o para más de uno su clase fuera un cachondeo. Para mí siempre fue un oasis en el desierto de una época desolada.

2 comentarios:

laMima dijo...

Sabía que Ybris me dejaría muda. Que galería de gente nos dejas aquí querido: maravillosos recuerdos.

Dolar y Gala. dijo...

Hola,hace tiempo sigo un blog,es el de Ybris(vacio),pero no se si hablais del mismo que yo,apago la función y se fue,entro casi todos los días por si hay suerte pero nada,no aparece y le echo mucho de menos,sabeis algo?
mil gracias.
relinch@hotmail.com