lunes, 25 de enero de 2010

Frío en París, por Roberto L'Hôtellerie

Muchas veces me he acordado de aquella conversación. Corría el año 1986, último año de estudios por los madriles. Fue en la inmensa barra de madera que había en la cafetería de la facultad de Bellas Artes. Estábamos un nutrido grupo de compañeros y compañeras, ambiente agradable, distendido, previo al fin de semana. Alguien entonces comentó en voz alta:
- “¿Bueno y el año que viene, qué…?.”
Una primera voz se escuchó por un lado:
- “¡Yo me iré a París, hay que conocer el barrio de los pintores!”.
Otra voz dijo:
- “¡Pues yo me voy a encerrar para preparar una muestra en la exposición de Arco!”.
Otro dijo que se tomaría un año sabático, otro que intentaría entrar en una editorial como ilustrador, otra que posiblemente trabajaría en una famosa fábrica de porcelanas en Valencia, etc.
Anda, y a mí se me ocurre decir:
- “¡Pues yo igual hago oposiciones para profesor de dibujo!”.
Silencio glacial. Giro y levantamiento de miradas. Una compañera me dijo: “¿Funcionario?, pero… ¿qué, qué dices tío?, ¡Qué pena, con lo bien que dibujas te lo podrías montar de otra manera!”.
Alguien prosiguió:
- “Pero… ¿te vas perder la bohemia y el espíritu libre del arte?, ¿en serio que te gustaría “aguantar” críos en un colegio?”.
Otros simplemente no dijeron nada.
Yo no esperaba aquella reacción. Me quedé cortado, sorprendido… En aquel momento me hubiera gustado, como dice mi hijo pequeño Alejandro, multiplicarme por cero pero me conformé con levantar los hombros y morderme el labio. De golpe me sentí como un alienígena, como si estuviese traicionando al mismísimo Apolo, Dios de las Artes y las Letras…
En fin, aquello se acabó y ya no se volvió a hablar del tema. El curso tocaba a su fin y en junio salíamos ilusionados y flamantes licenciados y licenciadas en Bellas Artes. ¡Por fin!
Y… francamente, aquella conversación no hubiera tenido importancia de no ser porque justo al año, después de convalidar el “memorable y reputado” CAP con las prácticas en un colegio madrileño, me presenté a las famosas y ansiadas oposiciones.
Julio madrileño, un calor imposible, carreras, nervios... En los pasillos multitud de opositores nos agolpábamos esperando conocer el aula asignada a cada uno para empezar las pruebas. Por fin me dieron la mía: A-23. Presentación de opositores. Escuché cómo el miembro del tribunal decía, una vez más, mal mi apellido, y levanté la mano. Después ya “fichado” y por tanto “relajado” miré hacia atrás para ver el panorama. Sorpresa, entre aquella multitud había muchas caras conocidas y es que… debía hacer frío en Paris…

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