miércoles, 22 de diciembre de 2010

Me hice maestra, por Blanca Gaspar

Nací en Huesca y pasé toda mi infancia y adolescencia en Barbastro. Provengo de una familia de obreros y tengo un hermano menor.
En el momento de iniciar la escuela mis padres decidieron, no sin apuros, escolarizarnos a mi hermano en los escolapios y a mí en las monjas. Pensaron que una enseñanza privada sería lo mejor.
Por aquellos años me tocó vivir una escuela, sin sentido, donde todo se aprendía de memoria, se entendiera o no, convirtiéndonos en recitadores, con una memoria visual ejemplar.
Aún recuerdo una lección de historia que decía así:
«Cartago vencida pero no aniquilada se preparó para el desquite con tal objeto el general cartaginés Amílcar Barca…».
No he borrado de mi memoria ni éste ni otros tantos fragmentos similares. Como se puede suponer no tenía ni idea del significado de «aniquilada» ni de «desquite» ni sabía dónde estaba Cartago ni por supuesto lo relacionaba con un general que era cartaginés.
Recuerdo una escuela que reprimía los sentimientos. Recuerdo los castigos, que eran muchos y variados. También recuerdo a Sor Josefa, una hermana cercana que me escuchaba y era amable con nosotras.

Ante la negativa de continuar en el colegio, pasé al instituto. Descubrí un mundo diferente… ¡había chicos! Los profesores eran más cercanos, no había tanta memorieta pero sí miedo. Algunos profesores nos tenían aguantando la respiración porque su sola presencia nos imponía muchísimo.

Llegó la hora de estudiar una carrera. Me apasionaban las matemáticas pero teniendo en cuenta que mi hermano venía detrás, supuse que una carrera más corta, magisterio, me permitiría trabajar y desahogar un poco la economía familiar. En un futuro haría matemáticas.
A pesar de que no tenía vocación de maestra empecé magisterio en Huesca. Intenté hacerlo bien y al llegar a tercero debíamos hacer las prácticas. ¡Me encantaron! Ese contacto con los niños, esas personitas que te escuchaban como si fueras una persona importante, que te explicaban sus secretos, que querían saber de tu vida, que derrochaban cariño…. ¡Me enganché! Fueron unas prácticas muy disfrutadas y cada día me sentía más entusiasmada.
Olvidé las matemáticas y decidí dedicarme al magisterio. Quería comprobar si aquella primera ilusión no se disipaba.
Al salir de la escuela de magisterio no tenía muy claro qué hacer, cómo orientar mis clases pero tenía muy, muy claro lo que jamás haría.

Así empezó mi andadura laboral por la provincia de Huesca. Mi primer destino fue Albelda, durante un trimestre, en una escuela rural con cursos compartidos.No fue fácil preparar tareas para edades diferentes.
El resto del curso trabajé en un colegio de Monzón. Me tocó infantil y tenía que enfrentarme al aprendizaje de la lectura y escritura. Me dieron instrucciones de la metodología que seguían; yo debía limitarme a continuarla.
Recuerdo al pobre Fidel, con sus pelos pinchos, sus ojillos inocentes y lo mal que lo pasaba cuando oía su nombre y debía venir a leer con su cartilla. No lo podía evitar y acto seguido se le escapaba el pipí y se ponía a llorar desconsoladamente.
Yo no tenía en mis manos la solución pero sabía que algo no iba bien.

El siguiente curso me tocó la escuela hogar de Benabarre. No me dedicaba a la enseñanza sino al monitorage. Me fue bien convivir con alumnos de diferentes edades porque aprendí mucho de sus inquietudes y necesidades.

El tercer y cuarto año mi destino fue Torrente de Cinca, un pueblecito al lado de Fraga. Me encontré con una escuela rural de 5 maestros. Era la primera vez que no iba a hacer una sustitución.
Me tocó infantil 4-5 años. Me moví y busqué el material más novedoso. Estaba muy ilusionada pero a la vez expectante.
Compartí escuela con Sebastián Gertrúdix,que se encargaba de los más mayores. En su clase hacían cosas diferentes, no llevaban libros de texto, todo lo confeccionaban ellos, hablaban de asambleas… Se les veía entusiasmados y yo no había visto nada parecido.
Recuerdo que cuando salían mis pequeños, tenía la necesidad de ir a su clase. Me mezclaba entre ellos y observaba todo lo que habían hecho. Poco a poco me convertí en una alumna más.
Sebastián me habló de su experiencia y de cómo él enfocaba los diferentes aprendizajes. Él me introdujo en las técnicas Freinet y me explicó cómo abordar, de una forma diferente, el aprendizaje de la lectura y escritura.
La idea me apasionó y después del primer trimestre hice una reunión con los padres para comunicarles mi decisión del cambiar de metodología.
No fue fácil pero siempre me sentí guiada y orientada por Sebastián. Fue mi verdadero maestro y a él le debo el descubrimiento de un nuevo fundamento de la enseñanza. Fue así como levanté los cimientos de mi futuro profesional.
No tardé en comprobar que estaba en el camino correcto. Esto sí me gustaba… ¡Me
apasionaba! y deseaba entrar, cada nuevo día, en clase para seguir experimentando con mis alumnos esa nueva manera de trabajar. Pude comprobar, con gran satisfacción, como los niños aprendían a leer de una forma natural, sin agobios , sin cartillas, sin traumas, cada uno a su ritmo, en un ambiente distendido y muy, muy motivador.
Fueron dos años muy intensos, de aprendizaje «a pie de obra» y de ir descubriendo con mis pequeños lo maravilloso del aprendizaje compartido.
Participaba en sesiones de trabajo con otros compañeros de la zona que entendían de igual modo la enseñanza. Fue muy gratificante poder compartir e intercambiar experiencias.
Tras esta experiencia, que marcó mi vida profesional, pedí traslado a Barcelona. Mi nuevo destino fue Castelldefels. En el colegio Margalló encontré compañeros que aplicaban las técnicas Freinet. Juntos hemos recorrido un largo camino y hemos luchado por la renovación pedagógica.
Me considero una maestra vocacional. No nací para ser maestra pero me hice maestra y me siento afortunada por tener un trabajo que me apasiona. El magisterio me llena a nivel profesional y personal y me ayuda a ser mejor persona.
El momento de entrar en clase y compartir con mis alumnos todas sus vivencias, es mágico. Me siento querida, respetada, admirada de la misma forma que yo mimo, respeto y admiro a mis alumnos. Siempre aprendo algo nuevo, siempre hay algo que compartir…lo importante es hacer el camino juntos.
Los alumnos son incondicionales y no hay secretos. Es fundamental escucharlos a ellos y a sus familias para entablar un clima de amistad y cooperación.
Corren tiempos difíciles para la escuela pública pero siempre he mantenido viva la ilusión y cuando hago balance de mi vida profesional compruebo que no me siento identificada con los maestros que tuve. Intento ser diferente, como Sor Josefa y tengo muy presente lo importante que somos para ellos, para lo bueno y para lo malo. Nuestra huella permanecerá en ellos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Blanca, y tu hermano qué estudió ?

Blanca Gaspar dijo...

Mi hermano hizo veterinaria en Zaragoza y a los dos nos ha ido muy, muy bien.

Jesús Gascón Bernal dijo...

Blanca, por avatares diversos he dado con este blog. Me gusta lo que has escrito en él.
Un abrazo en el recuerdo
Jesús