domingo, 4 de julio de 2010

Nociones básicas de mi madre-maestra, Montse Jaraba Andrés

Mi madre era maestra, aunque supongo que lo sigue siendo, porque como los pintores o los escritores no se deja de serlo por aparcar la obra. El caso es que yo era hija de maestra, pero mi madre no quiso que ni yo, ni mis tres hermanos, nos convirtiéramos en los hijos de la señorita. Así, que no fuimos a su escuela, el colegio público de donde los alumnos salían -según sus propias palabras- mucho mejor preparados que del resto de centros cercanos. Entonces no llegué a comprender su decisión, ni por qué tuve que ir a un colegio de monjas. Ahora me doy cuenta de que mi madre quiso protegernos de la mala superprotección. Y, seguramente, hizo bien.

Tener una madre maestra es tenerlo todo en uno. Como en el anuncio de la época: juguete completo, juguete Comanci. Con sus pros y con sus contras. Mi madre se despedía de mí camino de su escuela, ella, y de mi escuela, yo, con un «mira bien al cruzar y haz buena letra».
En lo de la letra insistía especialmente los días de examen «porque, si no, ni te lo corregirán. Y haz el favor de dejar margen, que la presentación es muy importante». Lo del margen, eso sí que era un buen consejo. A veces, en una especie de homenaje privado, le suelto a mi hijo mayor un de esos «en el examen haz buena letra y deja margen, que la presentación es muy importante». Y me río para mis adentros.

Mi madre era maestra, pero no hubiera querido serlo. Hubiera preferido ser médico, o médica. Pero estudiar Medicina no estaba al alcance de la economía de una familia humilde de posguerra y, como hubiera dicho mi abuela,«la chica, que era aguda, siempre la primera de su curso» tuvo que optar por Magisterio, que sólo eran tres años. Unos estudios económicamente más asumibles para sus bolsillos. Seguramente, la Medicina y muchos pacientes se perdieron a una gran médica, pero centenares de escolares se beneficiaron de las precariedades económicas de mis ancestros y de esa decisión de mis abuelos que tantos lloros y tanto disgusto provocaron en mi madre en su momento.

Tener una madre maestra en casa significa convivir con conceptos y palabras siempre presentes: claustros, evaluaciones, programaciones… Y también comporta convivir con muchas vidas a la vez, historias personales de alumnos, conversaciones con padres y madres, desacuerdos con compañeros en interminables reuniones, retales de vidas ajenas que se paseaban por casa a diario y que formaban parte mi día a día.

Tener una madre maestra es recibir lecciones extra, de las que van a parte de los itinerarios curriculares, de ésas que no se imparten propiamente, pero que llegan al hijo-alumno por la simple observación. Las alegrías o los disgustos con los que mi madre volvía de la escuela eran la demostración evidente de que hay trabajos que son mucho más que una jornada laboral cumplida con más o menos acierto. Simples comentarios pueden resultar reveladores y formar parte de los códigos que se transmiten de manera imperceptible, casi invisible, pero que sirven para construir y modelar la propia personalidad.
Recuerdo perfectamente -y no creo que tuviera más de 7 u 8 años- a mi madre comentarle a una amiga y compañera que les había dicho a los alumnos que no quería ningún regalo para Navidad. La costumbre de obsequiar a los maestros en determinadas fechas convertía en esos días la llegada de mi madre de la escuela en una fiesta:
-A ver, ¿qué te han regalado?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustaría contactar contigo Montse. calle127@hotmail.com Gracias